Durante mi adolescencia, me dio la tontuna de
imitar a los grandes escaladores del momento dejándome llevar por lo que en ese
momento estaba de moda, y sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, comencé un
pobre peregrinaje por algunas montañas españolas, que acabó con el primer susto
serio y con una temporada de pesadillas nocturnas. Simple y llanamente, mis
ansias de alpinismo se vieron truncadas por el miedo.
Poco después, me dediqué a todo lo contrario.
Busqué en las profundidades el poder saciar mis ansias de aventuras, y me
entregué con pasión a la espeleología, Ya se sabe, ¡la cabra siempre tira al
monte! Esta actividad no llegó a darse del todo mal, ¡eso si! sin pasar de la
mediocridad. Pero lo que conseguí con mis excursiones, si no fue entrar en el mítico
mundo de los elegidos, fue un profundo amor a la naturaleza y apasionarme por
la lectura del mundo alpino.
Un día escuché hablar de las batallas terribles
que se daban en una pared de los Alpes; el Eiger, y me lancé a la busca de
algún tipo de literatura sobre el tema. Después de muchas vueltas solo encontré
una pequeña joya, pero escrita en francés. No lo dudé y tiré de mis escasos
conocimientos de la lengua gala para descifrar los dramas que allí se contaban.
El libro en cuestión se titula 'Combats pour l´Eiger', de Toni Hiebeler.
En este libro se relatan con gran realismo los
grandes dramas que han acontecido en la pared, y en especial, me llamó la
atención lo ocurrido a dos escaladores españoles Alberto Rabadá y Ernesto
Navarro.
Supongo que entre los lectores, se
encontrarán muchos aficionados a la montaña, y ya que el libro nunca se llegó a
traducir al español, les gustaría leer el relato de los hechos, aunque no sea
de manera literal, y que esté salpicado de acontecimientos basados en oídas o
en lecturas de diferentes fuentes de información
Espero que os guste.
Alguien dijo, que el Eiger era el compendio del alpinismo en una sola pared. Si recorremos la estadística trágica de esta actividad a lo largo de la historia, veremos a la pared norte del Eiger batir todos los records.
Existen en el mundo montañas mas altas, otras en las que acercarse al inicio de sus paredes, supone en si una aventura; pero ninguna tan emblemática para el alpinismo como la norte del Eiger.
Eiger significa 'ogro' en alemán, y quizás en ninguna montaña del mundo queda tan bien reflejado su aspecto, como con el nombre que se bautizó a esta pirámide de 1.800 m. de vertical.
Cualquier aficionado a la montaña sabe que el doctorado en alpinismo sólo se consigue habiendo superado el reto que supone hacer cima en la monstruosa pared.
Alberto Rabadá, 29 años, soltero, con el oficio de tapizador-decorador; es casi un gigante; el pequeño Ernesto Navarro, 28 años, igualmente soltero, es ebanista. Al verlos juntos, llama la atención que dos personas tan distintas físicamente, hubieran conformado una pareja tan perfecta dentro del ámbito alpinístico español.
Durante los años 1961 y 1962, la curiosa pareja de aragoneses había conseguido hazañas alpinísticas consideradas imposibles por entonces en todas las montañas españolas; incluso, mas tarde, cuando los materiales sufrieron una perfección considerable y permitieron utilizar
técnicas impensables; los logros de estos dos hombres fueron difíciles de repetir.
En 1962, habían abierto la imposible cara oeste del Naranjo de Bulnes. No importaba la dificultad, no importaba la falta de material, no importaba la climatología, no importaba realizar un vivac de más a la intemperie colgados de una inestable clavija. Si la pared existía, existían los dos maños para vencerla. Al final las dificultades se doblegaban ante la dureza y obstinación de los dos jóvenes aragoneses.
En 1963, ya no quedaban en España paredes ni montañas susceptibles de llamar la atención de Rabadá y Navarro; así que volvieron su vista hacia los Alpes y encontraron lo que hoy llamaríamos 'la Madre de todas las Paredes': el Eiger.
Al carecer de patrocinadores que les ayudasen económicamente para llevar a cabo su empresa; los dos aragoneses piden ayuda al Club Montañeros de Aragón, quien les proporciona ayuda en forma de material e información sobre las características de la pared. Ya sólo queda aprovechar un
periodo de vacaciones para afrontar el reto.
El día 2 de Agosto, hacia el medio día Alberto y Ernesto llegan al conjunto de hoteles que supone Grindelwald situados al pie del gigante y se limitan a montar una modestísima tienda de campaña.
Durante varios días y obligados por las malas condiciones climatológicas, los dos aragoneses se tienen que conformar con estudiar a pie de obra las características de la pared, estudiando como evolucionaba en función de los distintos horarios. Por fin el día 10 de Agosto el tiempo mejora de forma considerable, por lo que se afanan en preparar el equipo indispensable: 15 clavijas de roca, 4 de hielo, una sola cuerda roja de 60m, infiernillo de gas y comestibles para dos o tres días.
El Domingo 11, a las 1:30 de la madrugada se pierden en la noche, acompañados de su amigo Luis Alcalde, que les sirve de intermediario con el Club Aragonés.
Al pie de la pared, se encuentran con dos japoneses que han tenido la misma idea y que ya han realizado importantísimas hazañas en distintas montañas del mundo. Como no puede ser de otra manera, y al no ser capaz de entenderse con sus colegas nipones, Rabadá y Navarro atacan en
solitario la pared. Son las 3 de la madrugada.
La marcha de las dos cordadas es extremadamente lenta y hacia el medio día todavía estaban bajo la llamada 'Travesía difícil'. Mientras los dos japoneses optan por vivaquear en el 'Nido de las Golondrinas'; los dos españoles continúan escalando sin impórtales la continua caída de rocas, que el calor del medio día hace desprender continuamente de la cima y que había sido la causas de tragedias en cordadas anteriores. Se limitan a encoger la cabeza cuando escuchan el escalofriante silbido, y una vez que ha pasado, continúan escalando. Para ellos esto es un fenómeno normal y sin importancia aparente.
Cuando Rabadá y Navarro alcanzan la entrada del segundo nevero, establecen su primer vivac. Al cabo de poco tiempo una primera tormenta de extraordinaria violencia estalla. Nieva en la cercana Jungfrau y en la mitad superior del Eiger. En su emplazamiento una cascada continua de agua
recorre las brillantes rocas de la pared.
El lunes 12, la lluvia cae sin interrupción durante toda la mañana y nieva a partir de los 3.500 m. Los japoneses no lo dudan y regresan apresuradamente a Grindelwald. Asombrados, los espectadores que siguen desde los hoteles ubicados frente a la pared, observan como los dos
españoles, desafiando a la climatología, continúan escalando.
Emplean casi todo el día para superar el '2º Nevero', donde Rabadá sufre una caída de 25 m., que sólo supone una pérdida de tiempo. A la caída de la tarde y tras superar 'La Plancha' establecen su segundo vivac en el lugar que está bautizado como 'Vivac de la Muerte'.
Nadie logra entender porqué los dos españoles no han regresado después del primer vivac. Luis Alcalde comienza a inquietarse, pero supone que sus dos compañeros habrán evaluado positivamente la situación. Pero todos los entendidos que van siguiendo la escalada a través de los catalejos, piensan que si la tormenta continua intentarían la retirada a la mañana siguiente a pesar de lo peligroso que resultaba el realizarlo desde ese punto. Varias cordadas ya se habían matado en el intento en años anteriores.
El martes 13 se produce una mejoría pasajera por la mañana. El sol se filtra entre las nubes y desprende una bruma que envuelve indistintamente la pared. Ahora es la oportunidad de iniciar el descenso con ciertas garantías y con un poco de suerte lo podrían realizar en una sola jornada. Pero hacia el medio día se acaba la relativa mejoría. A través del telescopio solo se distingue la negrura de la pared. Es Von Allmen, propietario de los hoteles y gran conocedor de los secretos de la pared, quien descubre dos puntos de colores por debajo de 'La Rampa'. Son los dos españoles y están escalando.
Rabadá y Navarro han sacrificado alegremente la última oportunidad de retirarse. El Eiger los acoge en su maraña de peligros. Los españoles continúan progresando, pero lo hacen con una lentitud exasperante. Han pasado toda la mañana para hacer solamente dos largos de cuerda (120 m.) sobre el '3er Nevero'. Poco a poco la inquietud se apodera de los observadores de la Scheidegg.
Alberto, grande y fuerte, escala siempre como primero de cordada abriendo vía. Lleva un anorak rojo, Ernesto uno de color azul. Los catalejos permiten distinguir los colores en la inmensa pared. Los escaladores son designados como el punto rojo y el punto azul. Entre las
conversaciones se pueden escuchar comentarios macabros.
- Has visto, el punto rojo no se mueve; ¿es que está muerto?
- No, el punto rojo no está muerto, se puede observar como se mueve y supera al punto azul. Para un experto como Toni Hiebeler no se le escapaba que el ascenso se estaba realizando con una lentitud infinita.
A las 8 de la tarde los aragoneses podrían haber montado su tercer vivac por encima de la 'Chimenea de la Cascada' en un lugar relativamente favorable, pero Rabadá parece no darlo importancia y continua escalando. Es visible en cada centímetro de hielo lo que le cuesta
progresar para tallar un escalón con su piolet. Es sin duda un espectáculo dramático el que ofrecen unos hombres luchando por su vida a sabiendas de que nadie puede ayudarlos.
Los escaladores españoles poseen visiblemente una excelente técnica con la cuerda y las clavijas, pero no están en posesión de todas sus fuerzas. Si el tiempo y las condiciones de la pared no empeoran, podrían alcanzar la cima en dos o tres días.
A las 8:30 de la tarde los aragoneses montan su tercer vivac encima de la 'Chimenea de la Cascada' en un sitio minúsculo y prácticamente colgado en el vacío. Durante la noche, la lluvia y la nieve recomienzan a caer.
Esa misma tarde los expertos, capitaneados por Hiebeler comienzan a plantearse una operación de rescate y así se lo comunican a Luis Alcalde, proponiéndole la asistencia de escaladores españoles; pero, por desgracia, aquellos que podían ayudar se encuentran en esas fechas
desparramados por las montañas del mundo. Von Almen, informó de la situación al jefe de seguridad alpina, que respondió, que antes de intervenir, necesitaba la confirmación de que algún organismo o persona se hicieran cargo del importe de la operación. Alcalde se puso en contacto con el Club de Montañeros de Aragón, que aceptó hacerse cargo del importe por alto que fuese.
El miércoles 14, a las 7:30 de la mañana, el tiempo se torna a favor de los dos escaladores. La nieve y la lluvia han cesado, la bruma se disipa. En la Petite Scheidegg se siente disminuir la inquietud.
La pared se encuentra nevada a partir de la 'Fer a Repaser' (La Plancha). Se puede ver a Ernesto escalando en cabeza de la cordada, superando el nevero sobre la Rampa, pero tardan cuatro horas para recorrer cuarenta metros. Ernesto necesita cerca de treinta golpes de piolet para tallar un escalón en el hielo, mientras que un buen glaciarista en posesión de todas sus fuerzas no necesita más que tres o cuatro golpes. La fatiga devora progresivamente sus fuerzas.
Por cierto tiempo la cordada desaparece de la vista de los observadores de la Scheidegg al empotrarse en unas rocas a media altura de 'La Rampa'
A las 3:30 de la tarde, es Alberto quien aparece en cabeza por debajo de la 'Travesía de los Dioses'. Es aquí donde coloca un mosquetón de seguridad para hacer subir a su compañero; pero la cuerda se encaja en un saliente y debe arriesgarse en realizar una larga maniobra para
liberarla de su encajonamiento. Pasadas dos horas, por fin, se realiza la reunión de los dos escaladores. Son las 5´30 de la tarde. El sol decae y arranca brillos de las rocas relucientes de agua.
A las 8:30 los aragoneses se preparan para pasar su cuarta noche en la pared y preparan un vivac en un emplazamiento muy reducido, al borde de un abismo impresionante, justo pasada la 'Travesía de los Dioses' al comienzo del glacial colgado de 'La Araña'. El mal tiempo vuelve de
nuevo con más fuerza que nunca. La lluvia retumba sobre los tejados de la Scheidegg, una niebla espesa se apodera de la pared.
El jueves, 15 de Agosto, la pared es invisible. Fritz Von Allmen y Toni Hiebeler comienzan los preparativos de una operación de rescate. Tres alpinistas españoles llegan desde Chamonix al enterarse por las emisoras y por las noticias de los diarios, de la desventura de sus
compatriotas. Son Ángel Landa y los hermanos Regil, de Bilbao.
Los tres españoles, junto con el italiano Roberto Sorgato y Toni Hiebeler, comienzan la ascensión del Eiger por la arista oeste, que es la empleada para el descenso de las cordadas y es la opuesta a la de Mitellegui. Durante la ascensión llaman a grandes voces a los escaladores;
pero sus voces se pierden en la inmensidad de la pared sin obtener ninguna respuesta. Hiebeler informa por radio de esta circunstancia y da a conocer las condiciones climatológicas en la pared. Lluvia fina, visibilidad de 40m, viento del oeste con una velocidad de 25 nudos, temperatura 0º y a la baja.
Durante la tarde no cesan de hacer llamadas hacia la pared; pero la niebla parece comerse todos los sonidos.
Llega la noche y se repasa todo lo necesario para la operación de rescate. Los especialistas creen que Rabadá y Navarro se encontrarán en la zona de las 'Fisuras de Salida', previas a la arista que conduce a la cima. Coinciden en pensar que con un torno y un cable de 300 m. podría intentarse descender desde la cima algún tipo de ayuda. Fuera la temperatura cae por debajo de los 0º. Hace mucho frío.
El viernes 16 de Agosto, se unen al equipo el americano John Arlin y el italiano Ignacio Piossi. Amanece con una mejoría en el tiempo. Todos están pendientes de la pared con la esperanza de poder ver a los dos españoles.
A las 6 de la mañana, Von Almen comunica por la emisora al equipo de rescate, los resultados de su primera observación por el telescopio:
- En la parte derecha de La Araña, yo distingo un cuerpo colgado, cubierto en parte por la nieve. De el sale una cuerda que conduce al borde superior derecho de La Araña donde probablemente se encuentra el otro escalador, pero no puedo verlo al estar oculto por una arista rocosa.
- ¿No hay posibilidad de error?
- La visibilidad no es particularmente buena, pero no creo equivocarme.
El equipo de rescate se queda paralizado. Harlin tira con desesperación su saco al suelo y suelta una ristra de improperios. Los españoles no son capaces de articular ninguna palabra.
En la Petitte Scheidegg, Luis Alcalde se resiste a dar por cierto lo que ven sus ojos. ¿No podría ser una roca? ¿Dónde está el otro escalador? Desesperadamente se aferra a la
posibilidad de que la niebla y los reflejos de la pared engañen los sentidos.
Von Almen no lo duda y pide la colaboración de un helicóptero.
A las 6:30, un aparato del tipo 204 B, sobrevuela la pared ayudados por las indicaciones que realiza John Harbin, teniente del la USAF. Un poco mas tarde se reciben las primeras observaciones efectuadas desde el aparato: La sombra alargada a media altura de 'La Araña' no es un cuerpo, es una roca que emerge de la nieve. Los pilotos del helicóptero descubren a los dos españoles absolutamente inmóviles en el borde superior de 'La Araña'.
Ante la posibilidad de que los dos aragoneses se encuentren solamente adormilados, se hace volar junto a la pared a un avión de caza tipo Hunter. El avión pasa velozmente envolviendo todo el valle con un sonido ensordecedor. El piloto anuncia que desde su posición no observa ningún
movimiento.
Aproximadamente a las 12:30, otro helicóptero mas pequeño en el que se encuentra el jefe de salvamento de Grindelwald, observa como uno de los españoles colgaba de una cuerda parcialmente cubierto de nieve, mientras su compañero parece estar sentado a media altura de 'La Araña'; evidentemente los dos estaban muertos.
Hacia el comienzo de la tarde, 'La Araña' queda despejada y envuelta en una gran claridad. Toni Hiebeler cuenta en su libro lo que ve a través del telescopio. «Ahora distingo con mis propios ojos los detalles de la tragedia: Ernesto Navarro está suspendido de la cuerda. Puedo
ver sus medias rojas, su anorak azul y una de sus manos que sobresale de la nieve. También veo la cuerda que le une con Alberto».
Nunca se conocerá como fueron las últimas horas de la vida de Rabadá y Navarro. Se puede suponer que los dos hombres, de una resistencia física extraordinaria y poseedores de una técnica de escalada en roca que se puede considerar entre las mejores de aquella época, carecen sin
embargo de la experiencia necesaria para atacar objetivos en los que el hielo impone su ley. Difícilmente y sólo en determinadas ocasiones se pueden encontrar en las montañas españolas características semejantes de este tipo de escalada.
Los cuerpos sin vida de los infortunados escaladores quedaron abandonados en la pared a causa de las inclemencias meteorológicas hasta el lunes 30 de diciembre del mismo año en que tres alpinistas pudieron realizar el descenso desde la cima a base rapels hasta el lugar donde se
encontraban los cuerpos.
Paul Etter, Udi Gantenbein y Josef Henkel encuentran al primer español (el que se encontraba en la parte superior) junto a la clavija de seguridad, lo que hace suponer que había sido arrastrado hasta ese punto por la caída de quien actuaba de segundo de cordada. Llevaba colocada
la mochila y los crampones. Estaba de pie con el cuerpo doblado hacia atrás y rodeado de hielo hasta las caderas. La cuerda, totalmente tensa, le unía a su compañero después de pasar por el anillo de la clavija.
El segundo escalador, que no supieron identificar, se encontraba atravesado al final de la cuerda. Tenia la mochila colgando debajo de un brazo y del otro colgaba su piolet. No tenía colocados los crampones, que se encontraban en el hielo junto al cadáver.
Esta circunstancia hace suponer que el escalador que actuaba de segundo de cordada, debió caer y arrastró al primero hasta la clavija de seguridad, que frenó la caída de ambos. Después, cabe suponer, que ninguno tuvo fuerzas para superar el problema y murieron lentamente de frío y
agotamiento.
Ante la imposibilidad de meter los cadáveres en los sacos de rescate y el peligro inherente de maniobrar colgados del abismo para efectuar un rescate ortodoxo; se optó por cortar la cuerda que unía los dos cuerpos y dejar que caigan a la base de la pared.
La brutal caída y múltiples rebotes en la pared, producen en los cuerpos congelados de Rabadá y Navarro horrorosas mutilaciones; quedando esparcidos restos humanos y de material en un área de 500 m.
De Alberto Rabadá tuvieron que recoger por separado, además de las piernas y brazos, la cabeza que se había desprendido en la espeluznante caída. De Ernesto solo tuvieron que buscar las piernas.
Fue a D. Félix Méndez, presidente de La Federación Española de Montañismo a quien la suerte le deparó el duro trance de tener que identificar los cadáveres de sus compatriotas.
Los ataúdes de Alberto y Ernesto no volvieron a abrirse nunca más. No tenía sentido agregar más dolor a sus amigos y sobre todo a sus familiares.
Alberto Rabadá y Ernesto Navarro entraron en la historia del alpinismo español elevados a la categoría de mito.
Si algún día te encuentras al pie del Eiger en una noche limpia y estrellada; mira al firmamento, justo en la vertical de la cima, y podrás observar dos estrellas muy juntas que tienen un brillo especial. Son los dos aragoneses.