Aquella "mili".

 

Estaba en la fila como el resto de jóvenes que esperaban turno para someterse al dictamen del militar que tenía la última palabra sobre la longitud de sus cabellos.

Hacia escasamente tres horas que había entrado por primera vez en el cuartel. Al oír su nombre había sentido un escalofrío recorrer su cuerpo. La primera gran aventura de su corta vida iba a comenzar. Tras abrirse paso entre el resto de muchachos y familiares que esperaban el fatídico momento, presentó la notificación oficial que le ligaba al ejército. Tras comprobar la veracidad de los datos que aparecían en los documentos, le entregaron una papeleta con un número y escuchó una voz que invitaba al grupo recién formado dirigirse hacia el interior del cuartel. El primer paso se había consumado.

Con cierto nerviosismo y tratando de asimilar todo lo que le rodeaba, se dejó conducir hasta el interior de un edificio rectangular, donde se alineaban de forma geométrica una enorme fila de literas y pequeños armarios metálicos. Comprobó el número que le habían asignado y buscó entre las filas la litera asignada. No tardó mucho en encontrarla. Se ubicaba cerca de la puerta y junto a un enorme ventanal que se elevaba hacia un techo inalcanzable.

- Bueno - dijo al tiempo que dejaba sus pocas pertenencias sobre una colcha azulada y rematada con el emblema del ejército correspondiente a la altura del cabezal.

- No está del todo mal. Me ha tocado la litera baja y la ventana está cerca -

No paró en toda la mañana. El mismo militar que le había conducido hasta el edificio, le fue colocando en diversas colas, donde le iban entregando una gran cantidad de ropas y cachivaches que no adivinaba para qué podían servir.

El primer problema vino cuando le preguntaron que número de pie calzaba.

- El 42 - contestó rápidamente.

- Toma el 45, que de tu número ya no quedan - y así, de improviso, se vio calzado con unas enormes botas que le obligaban a caminar como un pato mareado.

Posteriormente tuvo que colocar, según indicaba una hoja pegada a la taquilla, toda la ropa y el material que le habían entregado. En esos momentos se acordó de las veces que su madre le había dicho como se doblaban las camisas, los calcetines, las mudas, etc, y el se había pasado las explicaciones por "el arco del triunfo".

Estaba ensimismado en la colocación de las prendas, cuando un grito le dejó medio asustado.

¡¡¡ Atención. El sargento!!!

Ochenta y tres miradas se clavaron en la figura de un nuevo militar que apareció en la puerta de la habitación.

-¡ Señores !. Tienen ustedes exactamente diez minutos para vestirse con el uniforme y bajar al patio de armas! - Gritó el recién llegado.

¿Ya iban a empezar con las armas?. El no había visto ninguna en el susodicho patio.

- ¡Maldita sea!. ¿Para qué leches les habían dicho que guardaran las cosas, si ahora había que sacarlas otra vez y colocárselas? -

Miró con resignación el montón de ropa y comenzó a desvestirse como el resto de compañeros.

Inmediatamente comenzó una algarabía de papeles, plásticos, envoltorios y prendas que poco a poco iban inundando la sala. Aquello parecía una familia numerosa en la mañana de Reyes; cuando los críos descubren los juguetes y empiezan a sacarlos de sus envoltorios. No pasó mucho tiempo hasta que se comenzaron a oír las primeras risotadas. Pronto comprobó que se debían a la grotesca figura que conformaban los nuevos reclutas con el uniforme puesto. A unos, como a el, el uniforme les venia enorme, y aparecían con las mangas colgando hasta por debajo de las manos, al tiempo que los pantalones ocultaban los pies y llegaban abrochados hasta debajo de las tetillas. Otros, aparecían con los pantalones pesqueros y con camisas imposibles de abrochárselas. El remate fue, cuando se colocaron las enormes botazas, que pesaban un quintal y se abrochaban con dos metros de cordel. Luego trataron de colocarse el gorrillo militar. Para muchos era tan grande que casi les llegaba hasta los ojos, mientras a otros, apenas se vislumbraba entre las largas cabelleras.

No es que el fuera especialmente hecho un pincel en la vida civil; pero es que aquello parecía un circo. ¡Si le viera en esos momentos su madre, se moría del susto!

Ahora estaba en la fila esperando que el sargento emitiese su veredicto sobre la longitud del pelo. Desde su puesto, veía desfilar a la mayoría de compañeros pesarosamente hacia la peluquería; pero el se había sido previsor y se había cortado el pelo a navaja dos días antes. Era verdad que se había quedado sin un duro en su inversión peluqueril; pero había quedado de "puta madre".

Por fin le tocó el turno.

- ¡Número! - preguntó el suboficial.

- ¡37! - respondió con firmeza el joven recluta.

Cuando el militar levantó la vista de la lista donde aparecían los nombres y números de los reclutas y vio a nuestro protagonista ante el, se quedo helado.

- ¿Pero usted de que va disfrazado? -

- ¿Y yo qué sé? - contestó el joven encogiendo los hombros.

El Sargento, tras elevar su vista al cielo, implorando justicia, fortaleza, templanza y sobre todo paciencia, trató de corregir lo mejor posible las desastrosas trazas del recluta; cosa que consiguió tras maniobrar expertamente en determinados sitios.

- ¡Bueno!. Esto ya es otra cosa. Ahora... ¡al peluquero! -

- ¡ Pero...si...yo...! -

- ¡¡¡Al peluquero he dicho!!! -

El muchacho no salía de su asombro. ¿Cómo podía mandarle a la peluquería? ¿Es que no se había fijado en su corte de pelo a navaja?

Con cara de circunstancias salió de la fila y preguntó al primer pelón que se cruzó en su camino donde estaba la peluquería. Mientras se encaminaba al patíbulo del esquilador, recordó el refrán popular que decía aquello de: «cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar».

Tras una hora de espera en una larga fila de condenados, le tocó el turno.

- ¿Cómo lo quieres? - preguntó el verdugo.

- Apáñamelo un poco; pero no cortes mucho de arriba -

Aquel criminal metió la maquinilla por la nuca y no la despegó de la cabeza hasta llegar a la altura de las cejas.

¡Ahora si que le habían apañado! Al verse reflejado en el espejo no fue capaz de reconocer a aquél tío tan feo y cabezón que tenía delante.

Resignado y maldiciendo por lo bajo la puta mili, se dirigió, una vez consumado el atentado terrorista, hacia el sargento que le esperaba con la maldita lista en la mano.

- ¡Ya me he cortado el pelo! -

- Ya me he cortado el pelo.. mi sargento - respondió el militar. - Tenéis que acostumbraros a hablar como Dios manda - le recriminó.

- A ver como te han dejado - dijo el sargento a la vez que daba la vuelta alrededor del asustado recluta.

- ¿Esto es un corte de pelo? ¿Pero crees que me vas a engañar? -

- ¡¡A la peluquería!! ¡¡Largo de aquí!! -

Asombrado, el pobre aspirante a "miles audáx" se pasó la mano por la pelada calavera, al tiempo que pensaba como hostias quería aquél tío que le cortasen el pelo.

- ¡Mal empieza la mili! - se decía mientras mansamente se dirigía por segunda vez al patíbulo de los greñudos.

- ¿Cómo lo quieres? - preguntó el peluquero.

- ¡Como te salga de los cojones! - respondió ásperamente el recluta.

Dos minutos de zumbido de la infernal maquinilla y ya estaba buscando la conformidad de su enemigo.

- Ya me he cortado el pelo del todo, mi sargento -

- ¡Muy bien, muy bien! ¿Ves?, así está mejor; pero no estaría de más que te recortasen un poco ese flequillo -

- ¡Este tío está loco! - pensó el incrédulo recluta, dudando si estaba en un cuartel o en un manícomio.

De nuevo se encaminó hacia la maldita peluquería; pero esta vez una idea se transparentó en su pelada cabeza. Con paso decidido se dirigió hacia el edificio anunciado como Cantina. Una vez allí, pidió un enorme bocadillo de chorizo y un botellón de cerveza y se sentó tranquilamente dejando pasar el tiempo. No habían transcurridos treinta minutos desde que había hecho su entrada en la Cantina, cuando, sacudiéndose las migas sobrantes que habían caído sobre el inmaculado uniforme, se encaminó con heroica decisión hacia la entrada del dormitorio donde se encontraba su inquisidor.

- Mi sargento, he tenido que discutir con el imbécil del peluquero, pero al final me ha cortado el pelo como usted indicó. ¿Qué le parece? -

- ¡Así si! ¡Esto ya es otra cosa! ¡Hala, tira p´adelante! -

 

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