Artillero

Mi abuela materna me contaba historias de su infancia en Boisán de Somoza. Pueblo de la maragatería leonesa a los pies del Teleno. Historias de tesoros perdidos en las ruinas del castillo moro, como en tantos pueblos de España. Pero a mi siempre me causó más impresión la historia de “artillero”.

En casa de mi abuela, además del ganado y las tierras de labor, llegaron a tener mil cabras. Las tierras de Boisán, eran tierras de lobos. El rebaño aparte de los pastores, iba también vigilado por un mastín español. Ese era “artillero”. Siempre con la vista y el olfato alerta para evitar cualquier peligro al rebaño.

Era querido en la casa por la función que desempeñaba y por ser un perro fiel, sin olvidar el valor económico que tenía un buen mastín leones. Cuando salía el rebaño, “artillero” iba siempre adelantado unos metros, y los pastores iban detrás. Luego cuando al atardecer se volvía a casa, iban delante los pastores, el rebaño y finalmente cerraba el grupo, el fiel “artillero”.

Un día de vuelta a casa, en el camino, les salió un lobo que intentó sin conseguirlo arrebatar una pieza del rebaño. “Artillero” como una bala, salió detrás. El hermano de mi abuela le gritaba para que volviera, e incluso salió corriendo detrás de su perro intentando que no se cegara. Volvieron a casa con el rebaño, mi abuela y su hermano, pero sin “artillero”, que había ido detrás del lobo.

A la mañana siguiente el hermano de mi abuela fue en busca de su fiel perro guardián. Anduvo hacia la dirección en la que lo vio por última vez, hasta que dio con él, ya a los pies del monte Teleno. Hasta allí lo había llevado el astuto lobo donde aguardaba el resto de la manada. Yacía muerto entre ensangrentados trozos de carne y de pelo. No solo de él, también de los lobos, que le habían dado muerte.

Los restos demostraban que el combate había sido terrible, pero con gran desventaja para el gran mastín.

“Artillero” llevaba siempre puesto un collar de pinchos, por lo que los lobos para poder con él, se habían cebado en sus testículos, hasta darle muerte. Así acabo, bajo los pies del Teleno, cumpliendo con su función, el recio y fiel “artillero”.

 

Fernando José Baró