Asombroso descubrimiento

Guillermo es un amigo mío ya madurito. Nos conocemos desde pequeños. Es ciego. Trabaja en una droguería de su propiedad y causa admiración cómo se desenvuelve en ella. Le pides cualquier cosa y te atiende sin dificultad, al menos aparente.

Lo que a mí me llama especialmente la atención es su forma. Hace poco estuve en la tienda. Irradia felicidad y luz, aunque no vea. Si piensas que vas a hacerle compañía, te engañas. Sales un tanto desconcertada, porque realmente soy yo quien parece que esté recibiendo lo que trataba de ofrecerle a él: comprensión, cariño, compañía...

Me preguntó por Julia, una amiga común. Le contesté: "Hace poco hablé con ella". Y él me dice:" la última vez que la vi estaba guapísima". ¡Asombrosa sensibilidad!

Yo pienso: ¿Serán así todos los ciegos? Él, desde luego, es muy querido en su entorno. Toca muy bien la guitarra y enseña a muchos jóvenes el dulce secreto de sus melodías.

Lo que no os he dicho es que Guillermo no es ciego de nacimiento. Recuerdo muy bien cuando íbamos juntos al colegio. Le conocía por dentro. Alegre, vivaracho, travieso. Ese día íbamos de merienda al campo. Varios de los chicos habían subido a un árbol en busca de nidos y..., no sé. Fue horrible. Se dio con una rama, le empujaron..., no se sabe. Sólo recuerdo que sonaron en un solo grito todas las voces: ¡Los ojos! ¡Guillermo sangra por los ojos! Corrimos hacia los profesores. Ellos no tenían coche. Habíamos ido caminando desde el pueblo, no demasiado retirado; pero cuando quisieron llevarlo a la ciudad, era ya, para él, demasiado tarde. Había perdido la vista.

Sofía Loriente.

Con la colaboración de la Universidad Popular de Alcorcón