El bar

Este bar escondido y plagado de recuerdos donde soñé estar contigo y donde, más tarde, no solo estuviste a mi lado si no que me llenaste de amor y de apasionados besos. Este bar, uno de los pocos lugares donde nos vieron juntos, sin saber realmente quienes éramos. Local en el que escribí uno de mis primeros relatos, tal vez huyendo de ti, cuando aún no sabía de quién o de qué huía. Lugar en donde te soñé mil veces y otras tantas te añoré. Bar oculto, como lo fue nuestro amor, ahora perdido en el recuerdo, ya que tú, mi amada, has dejado de soñar. A los pies del castillo de Medina de Pomar, en burgalesas tierras; rodeado de árboles en los que grabamos nuestros nombres, nuestra herida.

Llegabas radiante de felicidad y abrazada a mí, me llenabas de besos. Tus ojos brillaban al verme como no lo habían hecho ni creo que vuelvan a hacerlo nunca. Nervioso y deseoso por verte te colmaba de besos y caricias.

Ahora, sin ti, en la barra de este bar, añoro el tiempo que viví contigo y en mi obsesiva locura puedo olerte, sentir tus caricias y hasta escucharte reír.

¿Recuerdas cuando quise quedarme con un local cercano para montar un bar de copas? Estaba en venta y pensé en comprarlo y compaginar mi trabajo actual con el de poner copas y buena música en las tardes - noches.

Tú, mi querida celosona, sin pensártelo dos veces no aprobaste la idea.

- ¿Que vas a estar tú, mi chico, por las noches poniendo copas, rodeado de chicas guapas? De eso nada.

Esa fue tu respuesta a mi proyecto. Palabras que me arrancaron una sonrisa y me hicieron inmensamente feliz. Tus muestras de cariño, tus celos, me hacían sentirme el hombre más dichoso del mundo. El que tenía a su lado a la mujer más bella, encantadora, cariñosa, atractiva y sensual. Que es entre otras muchas cosas lo que eres para mí.

Paseábamos abrazados por las calles cercanas al bar e imaginábamos qué casa de las que veíamos nos gustaba más para vivir. Rara vez coincidíamos aunque al final nos hubiéramos quedado con cualquiera, ya que lo importante era estar juntos.

Amor, cuánto te echo de menos. Llevo tiempo sin verte y solo te escucho de tarde en tarde. No quiero asumir que todo ha terminado, no quiero creerlo. Me niego a dejar de soñar. Tú te conformas con tu vida, muy bien, pues yo no. Yo quiero tenerte y tú en tu interior deseas que así sea. Si no piensas así, dímelo y dejaré de soñar; incluso de verte.

Eso sí, cuando tengas que hacerlo que sea mirándome a los ojos, porque los tuyos, esos que tanto añoro y a los que tanto quiero, nunca mienten.

 

Madrid, marzo de 2004

Fernando José Baró