El engaño de Esther

Llego el momento para Ester: su hijo acababa de casarse. La tranquilidad aparente decayó dejándola débil y confundida.

Aún no comprendía cómo había aguantado toda la ceremonia sin haberse desmayado o gritado. Respiró aliviando la tensión de los últimos días. ¿Tensión de los últimos días? - Se preguntó – De años más bien. Sin darse cuenta iba hablando sola, recordaba todos los años anteriores a éste momento.

Si, tenía muy presente cómo empezó el calvario de su vida; las visitas al sicólogo con su hijo ¡Pobrecito mío!, mi niño... que desde que se dio el golpe en la cabeza ya no fue el mismo de antes, cambió mi Oscar, se quedó trastornado; dejo de jugar con sus hermanos y sólo se entretenía leyendo cuentos de hadas y pintando muñecos; mas tarde le dio por hacer escalada... !con el peligro que tiene! Pero eso sí, vicio no tiene ninguno, pero la escalada... !es peor!.

Carlos, mi marido, pasaba de todo. Decía que eran tonterías mías y manías, que el niño no estaba loco, que perdía el tiempo llevándole a esas consultas tan raras.

Pero mira por donde, ahora en esta ocasión no ha querido asistir a la boda de su hijo, y desde que se enteró que quería casarse, se a puesto como un "Basilisco". ¡Que bien!. Un poco tarde para darse cuenta de que yo no tenía "manías" y los médicos, tampoco acertaron en afirmar en el historial clínico: "los hechos contados por la madre no corresponden con el resultado medico obtenido: varón de siete años; aptitudes motoras normales, inteligencia por encima de la media, es decir, si otras pruebas no concluyen, niño aparentemente normal" ¿Esta nueva locura, no es anormal?.

Mamá... mama, acércate ¡la foto!.

Ahora viene para mí la prueba de fuego: mi amor de madre me obliga a colocarme entre los novios, a la derecha mi hijo Oscar y a la izquierda... su novio Ramón ¡Qué disparate!.

Antonia Ramírez.

Con la colaboración de la Universidad Popular de Alcorcón