El tic-tac del pozo

 

Tic- Tac. Por suerte, había un reloj en la sala. Poco más. Y unas perras gordas en la mesa camilla. No llegaba a la peseta pero el reloj sí estaba y podía mirarlo. Le hacía compañía. Otra hora más. Y no volvía. Salió por la tarde, pronto, con todos los ahorrillos conseguidos encalando casas ajenas. “Tú no trabajarás” Y ella no había vuelto a coser pantalones. Era una mujer casada, su obligación: la casita rentada, los niños. ¡Ya eran tres! El reloj sonó. ¡Ya eran las tres! Y Manuel no volvía. Que hubiera cerrado, alegre, la compra de la casita, era lo natural. Que un hombre, feliz porque, tras años y años de juntar dinero ahora podía ofrecer un hogar propio a su familia, regresar a vivir en el centro del pueblo, marchara con amigos a tomar un vinito y celebrarlo, era natural. Pero, ¿hasta qué hora? Seguro que se habría acercado al Casino, le gustaba tomar allí una copa, o dos. Pero a estas horas el Casino ya estaría cerrado, todo el pueblo reluciente, de casitas blanqueadas, descansaba ya protegido por la Colegiata, en lo alto. ¿Dónde andará este hombre, Dios mío?

Tic- tac. Los segundos se deslizan como gotas de agua. Flotando en el pozo.

Había mandado a Rafalito a buscarlo, pero el niño no lo había encontrado, volvió desolado, los pies doloridos de tanto caminar, la lengua estropajosa de sed: ¿Ha visto usté a mi padre? ¡Tampoco era tan grande el pueblo! Mañana lo buscas, Rafalito, mañana, si no ha venido. ¿Se lo has dicho a los guardias, Rafalito? No hay que temer, tu padre es gente de orden, Rafael. ¿Por qué me miras con los ojos fijos? Sé que no duerme, se ha acostado con el hermano, para que Manolillo no tenga miedo, y ha conseguido que el niño duerma, aunque está asustado. ¡Es tan asustadizo! Pero Rafalito no duerme, no, está preocupado, tiene ya nueve años, es un hombrecito, ayuda a su padre a encalar y piensa, piensa…Ay, ya no es inocente. Y al pensarlo, mamá Carmen contempla a su bebé, a la niñita que duerme plácida en sus brazos, sin sufrir, sin preocuparse…la inocencia… Pero la niña suspira, como contagiada de preocupación, y mamá Carmen mira el reloj de nuevo, la estampita del Cristo en la mesa camilla, al lado, las escasas monedas. Otra hora, otra hora…Y, sin darse cuenta, se le cierran los ojos con las primeras luces del alba.

Tic- tac. Hay ojos abiertos, flotando en el pozo.

Por fin, alguien golpea la puerta. Yergue su cabeza, entre sobresaltada y feliz. Va a abrir la puerta. Rafalito se le ha adelantado, excitado. ¿Padre? Entran dos guardias, el tricornio en la mano, cabizbajos: ¿Carmelita? Lo hemos encontrado.

Los ojos abiertos, flotando en el pozo.

El sol busca resquicios para alumbrar los meses de otoño. La mañana avanza. Sobre la mesa camilla, Manolillo juega con la cuchara y no toca las alubias. No le gusta comer. Ya da lo mismo. Solo hay unas perras gordas junto a la estampa del Cristo y un bebé berreando en los brazos. No hay casa ni ahorros, toda flota en el pozo, todo flota en el misterio. Nunca cerró el trato. Le gustaba el Casino. Le engañaron los señoritos que tienen olivares y estudios. Le robaron sus ahorros, conseguidos tras años y años de blanquear las paredes de sus palacios en la calle San Pedro. Ellos lo mataron, no importa qué fuerza le arrojara al pozo. Detrás de aquella muerte desesperada estaban ellos. Y ahora empezar con cuatro monedas. Volver a coser muchos pantalones. ¿Cuándo vendrá? Tic- tac. Y el reloj sonó. Las diez. Rafael volvía, con ojos infinitamente viejos, con manos de pintor, con boca de brocal de pozo.

 

Soledad López

 

DÍAS DE LUNA   (El blog de Sole López)