El túnel

 

Una veintena de aspirantes a bomberos se bajan de un autobús en un frío amanecer madrileño para realizar unas prácticas en una empresa dedicada a la enseñanza en las afueras de Madrid.

Atrás ha quedado el duro y obsesivo entrenamiento físico para superar las pruebas de la oposición y las eternas horas de estudio del odiado temario. Ahora somos alumnos y estamos inmersos en la alegre fase de academia. Hoy la práctica programada nos hace enfrentarnos a una de las pruebas más temidas: sofocación de fuego en subterráneo. Algo así como la simulación de un incendio en el metro.

El día anterior nos habían explicado teóricamente la técnica de progresión, apoyo y extinción. Todo muy lógico y aparentemente sencillo. Habían hecho hincapié en la enorme temperatura que tendríamos que soportar justo en el punto en el que se pasaría del recorrido horizontal al descenso de unas escaleras; pero la ilusión y el sentimiento de suprema fortaleza física alejan toda sensación de temor.

Tras una pequeña charla del oficial encargado de controlar la práctica, en la que vuelve a recordarnos los momentos críticos y unas cuantas advertencias más, pasa a formar y numerar los distintos equipos que correlativamente intervendrán. En este caso lo importante es no ser componente del primer equipo y menos aún ser nombrado el número 1º. Si existe algún desajuste o cualquier problema inesperado, ellos serán los que lo experimenten en primer lugar, quedando corregido y normalizado para los siguientes participantes.

-¿Quién quiere ir en el primer equipo?- pregunta el oficial.

A mi espalda, y a la vez que siento un fuerte manotazo en el hombro, escucho la vozarrona de uno de los compañeros a quien apodamos "Pit-Bull", que contesta alegremente:

-"Ukelele" de 1 y yo de 2.

-¡"Ukelele" soy yo! ¡Pero este tío está imbécil! ¿Quién cojones le manda hablar por mí? No puedo dar crédito a lo que sucede. El elemento subversivo apodado "Pit-Bull" me ha colocado, ni más ni menos, que de conejillo de indias para este tinglado; además tendré que llevar al bombero más bruto y con menos sentido común de toda la promoción como compañero de aventura.

-Muy bien- responde el oficial-. Colocaros el equipo y a la campa para empezar.

-¡Vamos galán!- me dice con una sonrisa dibujada en el rostro mi amigo "Pit-Bull", al tiempo que le dedico una mirada asesina.

Ya todo es igual. Delante del resto de compañeros que nos miran entre aliviados y penosos por nuestro destino, no puedo chaquetear. Respecto a solucionar de forma inmediata el problema con mi colega, una simple mirada a su enorme corpachón y a esas manos grandes como palas, me hacen optar por posponer la venganza para otro momento y, a poder ser, pillándole por la espalda.

En tensión y con cierto temor a lo desconocido, me dirijo bajo las compasivas miradas del resto de compañeros a la zona de actuación. La explanada donde se realizan las prácticas está llena de estructuras que simulan las distintas posibilidades de emergencia que se pueden dar en la realidad: Un vagón cisterna de ferrocarril. Un depósito de gas sobreelevado del suelo en una estructura metálica. Una casa con las ventanas cerradas por chapas metálicas. Un entramado de escaleras y tuberías metálicas simulando una refinería y un montón más de artilugios destinados a prácticas para bomberos. Todos ellos con un intranquilizador aspecto de haber soportado el fuego en infinidad de veces.

Al fondo distingo el artilugio metálico destinado a la práctica que hoy realizaremos. Es una sucesión de contenedores metálicos unidos unos a otros y elevados aproximadamente unos cinco metros sobre el nivel del suelo. Un poco más allá, una especie de biombo metálico nos oculta de la vista dónde termina la estructura, por lo tanto sabremos dónde empezamos, pero no tenemos ni idea de dónde termina y los metros que tendremos que recorrer.

-Señores- anuncia la voz del oficial instructor-. Pueden empezar a colocarse el equipo y desplegar el utillaje de apoyo.

El equipo Nº 1, el mío, está compuesto por cinco alumnos a los que se numera del 1 al 5, en función de su secuencia de entrada. Todos entrarán de uno en uno, excepto los primeros, que lo harán en un binomio. Nuestra misión es transportar la lanza (válvula de salida de agua) y la manguera al tiempo que vamos descubriendo y rebasando los obstáculos que podamos encontrar. En el caso de encontrarnos con el foco de fuego, tratar de apagarlo y mantener informado en todo momento al oficial que dirige la operación. Aparentemente es todo muy fácil y sin problemas, pero solo en apariencia. Luego, siempre nos damos cuenta de que no todo el monte es orégano.

El Nº 3 corresponde a un alumno apodado "El Mudo", porque siempre se limita a escuchar y actuar. Nunca habla más de dos frases seguidas. El Nº 4 lo ocupa "El Obispo", así apodado por haber explicado un día que en su infancia fue monaguillo. El Nº 5 es asignado a "El Paella". En este caso su mote se debe a que siempre que se habla de comida aparece la paella como el único plato digno de un manjar de dioses. Estos compañeros irán entrando sucesivamente en el interior del túnel cuando hayan contado aproximadamente 20 metros de manguera y servirán de apoyo a los números 1 y 2, que hacen el trabajo más penoso.

Mientras comienzo a repasar el perfecto estado del ERA (Equipo de Respiración Autónomo), que nos servirá para impedir el asfixiarnos por el humo dentro del túnel, observo como un humo grisáceo y compacto comienza a salir por una rendija abierta en la puerta que sirve de acceso.

Uno de los bomberos instructores que trabaja en el centro de prácticas se acerca a saludar a nuestro oficial.

-¿Todo preparado?- pregunta el oficial.

-En un par de minutos estará al cien por cien- responde el instructor.

-Hay que darles caña. Son todos "chinos" y ya sabes, ¡la letra con sangre entra!

¡Ay Dios mío! ¡Qué habrán tramado estos dos cabrones! ¿Qué leches nos espera dentro del maldito túnel? ¿Cómo se le habrá ocurrido a este imbécil apuntarme de Nº 1?

Por mi mente comienzan a acumularse los peores presagios al observar la media sonrisa de los dos inquisidores y observar la maraña de tuberías que recorren y se entrelazan por todos los lados. Sin duda aquello son conducciones de gas.

Concentro mis sentidos en el olfato tratando de detectar el temido tufillo que confirme mis miedos, pero no consigo advertir nada que indique la presencia del combustible.

-¡A ver, "galán"! ¿Tienes todo ajustado y bien puesto?- es la voz del "Pit-Bull" que me saca de mis pensamientos.

-¡Ya te ajustaré yo a ti las cuentas en cuanto pueda!- pienso al tiempo que observo la cantidad de aire almacenado en mi botella a través del manómetro de presión.

Por enésima vez compruebo y repaso mi equipamiento. Todas las cremalleras y velcros están perfectamente cerrados. La mascara que me protegerá del humo y me permitirá respirar con normalidad, está perfectamente ajustada a mi rostro y tras abrir la válvula, doy un chupetón de aire que entra limpio y fresco en mis pulmones. Cada vez que realizo una aspiración un siseo metálico anuncia el perfecto funcionamiento del aparato. Si una vez dentro, todo lleno de humo y sin visibilidad, esto falla, ya puedo encomendarme a todos los santos de la corte celestial.

-¿Todo preparado?- pregunta nuestro oficial al tiempo que sus ojos recorren en unos instantes nuestro equipo-. Ahora, aquí tenéis los WT para cualquier comunicación con el exterior o entre vosotros. Vuestro indicativo es el mismo que el número que ocupáis en la línea. No hay linternas. Supongo que todos conocéis la técnica de avanzar en la oscuridad. ¡Venga, 1 y 2 dentro!

Decidido y ahora sin temor, cojo la lanza y compruebo la presión y el tipo de chorro con que enfrentarme a un hipotético peligro. Tras dudar durante unos segundos, opto por un chorro de cono abierto. Si algún fogonazo me espera en el túnel o el equipo de respiración falla, la depresión que forma el agua al salir por la lanza me proporcionará aire limpio. De todas formas no hay por qué preocuparse; un simple giro de muñeca y puedo cambiar la forma de salir el agua en décimas de segundo.

Miro a mi número dos, y a través del plástico de la máscara observo unos ojos achinados. ¡Se está riendo el muy imbécil! Decididamente el tío este está "sonao".

Abro la puerta metálica y una densa columna de humo nos envuelve inmediatamente. No veo absolutamente nada. Acabamos de entrar y ya es imposible adivinar mi mano puesta delante de los ojos. Pase lo que pase ya no hay tiempo para quejas ni para reflexiones. Hay que centrarse en el trabajo ya que el tiempo corre en nuestra contra. Dispongo aproximadamente de 15 minutos para avanzar y otros 15 para retroceder, antes de que se acabe la reserva de aire comprimido.

Para comenzar el avance, me pego a lo que debe ser la pared derecha del túnel metálico. Mi mano enguantada así lo reconoce. Desconozco los obstáculos que puedo encontrar en nuestro avance, así que opto por ponerme en cuclillas y llevar la pierna izquierda estirada por delante, como elemento de detección.

A mi espalda se sitúa mi compañero apoyando su mano sobre mi hombro, que le sirve de guía. El siseo metálico de su respiración se confunde con la mía. Durante unos segundos es el único ruido que escuchamos. Ambos avanzamos despacio arrastrando suavemente la manguera por aquella oscuridad. Poco después se escucha tras nosotros un ruido metálico y una serie de golpes. Sin duda es el tercer componente de la línea de bomberos, que ha efectuado su entrada en el túnel. Esto me da la indicación de que nuestro avance alcanza aproximadamente 20 metros. ¿Cuánto nos quedará todavía?

Hasta ahora todo marcha perfectamente. No tengo sensación de calor y nada raro se ha cruzado en nuestro camino.

Unos metros más adelante, la punta de mi bota tropieza con "algo" sólido y que se encuentra justo frente a nuestro camino.

-Merluzo, ¿me escuchas?- me dirijo a través de la máscara a mi compañero.

-¿Por qué me llamas merluzo?- interroga.

-¡Ya te lo contaré cuando salgamos! Escucha: aquí delante hay algo que nos impide seguir en línea recta. Dame un poco de manguera y espera en ese punto a que te indique.

Con suma precaución y más miedo que Dios talento, avanzo palpando con el dorso de la mano la pared metálica, siempre dejándola a mi derecha. En caso de problemas, simplemente cambiaré de dirección y de mano y palpando la misma pared regresaré junto a mi compañero.

Sin duda es un tabique metálico lo que impide nuestro avance. Me levanto y siento cómo se eleva, como mínimo, hasta la longitud de mi brazo extendido. Continúo avanzando al tiempo que vuelvo a la posición agachada. Mi mano reconoce el perfil hasta que tropieza con lo que debe ser otra chapa metálica a la altura de la cabeza. Con cierta aprensión trato de reconocer el contorno. ¡Me cago en la leche! Sin duda esto es una gatera.

Sin esperar más tiempo comunico el descubrimiento a mi compañero que, por el ruido de su respirador, no debe estar lejos.

-¡Es un tabique que termina en una gatera en la parte inferior izquierda! ¡Avanza dejando todo a la derecha y me encontrarás!

Su avance por el pasadizo queda avalado por una serie de ruidos metálicos y golpes que retumban como truenos. Parece un elefante en una cacharrería. Pero lo peor es un golpe seco que se deja oír y una exclamación difuminada por la máscara:

-¡Me cago en su puta madre!

-¿Qué pasa ahora?- pregunto.

-El puto transmisor, que se ha caído - responde mi "Ángel de la Guarda"

-¡No jodas!- le replico con más angustia que un cristiano ante las fieras. Palpa en círculo a ver si lo encuentras- le aconsejo al tiempo que comienzo a sentir sudor frío.

-¡Aquí no se ve una mierda! - contesta mientras escucho como su manaza recorre desesperadamente el suelo tratando de encontrar el bendito chisme que nos une con el exterior.

De repente, una voz metálica se escucha en medio de las tinieblas:

-¡0 para 1 y 2! ¿Qué tal va todo?...gruuuuu.

-¿ Lo has localizado?- pregunto.

-¡Que va!

-¡0 para 1 y 2! ¿Me reciben?..gruuuuuu.

-¡Ya lo tengo, ya lo tengo!- exclama alterado mi compañero.

-¡Pero contesta de una puta vez! ¡So gilipollas!

-¡No encuentro el botón! ¡no puedo encontrar el botón! Son los guantes. No tengo sensibilidad y no consigo encontrar el jodido botón.

Los siseos del regulador de mi compañero suenan como una locomotora. Su respiración se ha acelerado ostensiblemente.

-Tranquilízate. Sigue la manguera y acércate a mi posición- le indico con suavidad intentando tranquilizarle y que no vuelva a perder el preciado aparato. No está lejos y a los pocos segundos su enorme corpachón choca conmigo.

-Trae el puto chisme ese - le indico a la vez que, manoteando en la oscuridad, agarro con fuerza el radio-transmisor y sujeto la lanza entre las piernas para no perderla.

Palpo el aparato. La antena está a la izquierda, así que los botones de transmisión están en el mismo costado. Apoyando la yema de cuatro dedos en el lateral presiono y por fin un pequeño ronquido indica que puedo transmitir.

-1 y 2 para 0. Aquí todo está bien. Continuamos la progresión.

-¿Podéis saber cómo estáis con el aire? ¿Cuánto os queda?- pregunta el instructor.

Trato de mirar la esfera graduada que pende de uno de los manguitos y no veo absolutamente nada.

-¡Ni puta idea,... cambio!

-0 para 1 y 2. Según nuestros cálculos todavía tenéis aire para rato. Informar si tenéis algún problema, cierro.

-¡Toma!- le digo a "Pit-Bull", que se ha quedado callado como un muerto-. Guárdate el aparato en el bolsillo grande y procura no volver a perderlo. Ahora espera que encuentre él la salida de esta gatera y luego pasas tú con cuidado de no quedarte atascado.

Con cierto temor me tumbo por completo y manteniendo la lanza fuertemente cogida por delante de mí, comienzo a reptar por la estrecha gatera.

Mientras me arrastro con dificultad debido a la ropa, el ERA, la manguera y el resto de material que tengo que arrastrar, mi mente comienza a pensar con velocidad. Sé cómo he empezado el día, pero con semejante compañía, no sé como lo terminaremos. Además, comienzo a sentir cierta sensación de calor. ¿Será una sensación real, o simplemente es la aprensión y el miedo que comienza a apoderarse de mí? Trato de comprobar la altura del techo en la gatera y levanto la cabeza con suavidad. Casi no la he despegado del suelo, cuando el casco ya ha tropezado con el techo. Esto es mucho más estrecho de lo que imaginaba. No soy consciente del tiempo que llevo arrastrándome por este agujero, pero no tardo en encontrar la salida. Ahora no tengo la menor duda de que la temperatura ha subido muchos grados. Los hombros comienzan a calentarse y siento cómo me sudan las manos dentro de los gruesos guantes.

Doy dos pequeños tirones de la manguera que me une con mi compañero, al tiempo que le comunico a través de la máscara que todo está correcto y que le espero al otro lado de la gatera. No sé si me ha oído, pero de forma inmediata comienzo a escuchar cómo se arrastra su cuerpo por el estrecho túnel. No tarda en alcanzarme.

-¡Oye!- le pregunto-. ¿Tú sientes más calor?

-¡Bueno!...un poco.

Miro hacia donde viene la voz y trato de imaginar la cara de besugo que está poniendo mientras me da tan aclaratoria respuesta. ¡Está visto! No puedo contar con él. Más que una ayuda es un lastre y de los más pesados que me han podido tocar.

Trato de calcular mentalmente la distancia recorrida desde la entrada. Entre los parones del tabique, la pérdida del transmisor, la gatera y la preocupación por el calor no puedo aclararme. El tiempo ha perdido su sentido. Me parece que llevo toda una eternidad entre las tinieblas.

Continúo arrastrándome pegado a la pared derecha al tiempo que se escuchan preguntas y respuestas entre el instructor y el resto del equipo que ocupa el túnel. Todo parece ir bien.

-"Pit-Bull". Yo siento bastante calor. Si adviertes algún resplandor, procura echar una mirada al manómetro y ver cuánto aire nos queda.

-¡Vale tío!

Trato de seguir avanzando, pero la manguera no me sigue. Algo o alguien impide que pueda arrastrarla.

-¡Dame manguera, joder!

-¡Vale tío!

"Pit-Bull" da un pequeño tirón pero aquello no cede.

-¡Me cago en la puta manguera de los cojones!- exclama al tiempo que da un tirón con todas sus fuerzas.

La manguera cede al instante al tiempo que a una distancia indeterminada más atrás de nosotros se escucha un ruido estridente seguido de un fuerte golpe.

-0 para 3. ¿Pasa algo?...cambio.

A través de nuestro radio-transmisor escuchamos la voz metálica del "Mudo".

-¡Qué va a pasar! Que algún gilipollas ha pegado un tirón y he salido volando ¡coño!

-¡Hijo puta de chivato!- dice "Pit-Bull"-. No habla nunca dos palabras seguidas y ahora mira cómo "larga".

No pasa mucho tiempo cuando mi mano detecta un vacío delante de nuestra posición. Ahora si que siento calor de verdad. Inspiro el aire casi con ansia y siento que estoy sudando por todo el cuerpo. Un poco más abajo otra vez el suelo. Estamos en el inicio de la escalera. El punto más caluroso de todo el recorrido. Inmediatamente me paro.

-¿Qué pasa?-pregunta "Pit-Bull".

-Espera. Voy a ver qué es esto- le respondo.

-¿Es que tú ves algo?

-¡Es una manera de hablar! ¡So tarugo!- le increpo al tiempo que mi mano trata de detectar la anchura de huella del peldaño y la existencia de algún otro obstáculo. Todo lo hago nervioso. Hay que salir de ese punto lo antes posible o no podré resistir la alta temperatura.

No hay duda, es la escalera que baja a la zona inferior del pasadizo donde tiene que estar, por narices, el foco del fuego que origina todo aquello. Intento adivinar la longitud de la escalera, pero todo sigue envuelto en un mundo de tinieblas. Multitud de interrogantes se agolpan en mi mente. ¿Será totalmente recta, o tendrá algún ángulo y cambiará de dirección? ¿Cuánto aire hemos gastado y cuánto aire nos resta para poder regresar? ¡Una luz! ¡Solo un poco de luz para poder comprobar el manómetro! Pero todo es oscuridad. Solo el siseo de nuestros respiradores da un toque de vida real a todo aquello.

Informo a mi compañero de nuestra ubicación y le advierto que no se levante. No he terminado la frase cuando escucho al gigante moverse y el siseo de su respiración lo escucho por encima de mí.

-¡Hostias! ¡Pues es verdad! Aquí le pega de puta madre.

¡Este tío está loco!, pienso al tiempo que imagino la odisea de tener que arrastrarlo hacia la salida del túnel.

-¿Quieres sentirlo, tío? ¡Es impresionante cómo calienta!- pregunta al tiempo que se deja caer como una bomba sobre el suelo.

-No. Si tú lo dices, te juro por lo más sagrado que te creo a pies juntillas.

Tenemos que tomar una decisión. O seguimos avanzando y que sea lo que Dios quiera, o lo comunicamos y volvemos con el rabo entre las piernas. Allí no podemos continuar o nos achicharraremos vivos.

-Vamos a comenzar a bajar- le digo-. Así que ves contando los escalones para cuando regresemos.

-¡Vale tío!

Comenzamos a descender lentamente y tomando toda serie de precauciones. Al tiempo que vamos descendiendo vamos notando un cierto alivio en el calor. Tenía razón el instructor: El pararse al comienzo de la escalera era peligroso. Tras mi posición escucho a mi compañero cómo lleva la cuenta de los peldaños que vamos bajando. Va contando en voz alta como un colegial: 11, 12, 13, 15.¡¡¡15!!!

-Oye ¿cuántos escalones llevamos?-le pregunto.

Durante unos segundos no obtengo ninguna respuesta. Luego, me llega una voz susurrante y avergonzada que me indica que ha perdido la cuenta:

-¡No lo puedo creer! ¿Cómo es posible que en toda una promoción de bomberos me toque en un ejercicio como este el más tarugo y el más bruto de todos?

Ya todo me da igual. Si no fuera por la máscara que me suministra el aire necesario para vivir, ya le habría saltado a la yugular y le habría mordido la garganta.

Por fin, la interminable escalera se termina y al fondo se advierte un ligero resplandor que da un poco de realidad a nuestro entorno:

-1 y 2 para 0. Hemos llegado al final de la escalera y observamos un resplandor al fondo. Cambio.

-0 para 1 y 2. ¿Observáis algún tipo de foco? Cambio.

-Negativo. Cambio.

-¡Oye tío!- me dice mi compañero-. Te has olvidado de dar el indicativo.

-¡Lo que se me ha olvidado es pegarte dos tiros antes de entrar aquí!- le contesto.

-0 para 1 y 2. Continuad. Ya he mandado a vuestro relevo. Si observáis el foco comunicadlo por el emisor. Cambio.

Con fastidio contesto un escueto "¡vale!", y devuelvo de un manotazo el transmisor a mi compañero.

Por momentos he recobrado el interés por la aventura. A pesar de todo, no hemos tenido ningún problema grave, y el conocer que el relevo está en camino y próximo a llegar, me anima a seguir adelante y descubrir el origen del humo y el calor.

Guiado ahora por el resplandor amarillento que se adivina entre la nube de humo, avanzamos con rapidez.

En algún lugar indeterminado delante de nosotros y también en la parte del túnel que ya hemos recorrido se escuchan unos golpes secos. Parecían puertas que se abriesen y cerrasen. Quizás alguien esté en apuros y entren al rescate, pero el radio-transmisor está mudo. No se escucha ninguna comunicación.

Pronto descubrimos que la pared del contenedor que hace de túnel se termina formando un ángulo recto a nuestra derecha, dando paso a un nuevo pasillo donde al fondo se pueden observar cómo arden unos pocos palés apilados junto a la pared.

Por fin hemos conseguido llegar a nuestro objetivo, para descubrir asustados lo que nos tenían preparado: el inicio de un "Flash Over".

Todo el escenario estaba preparado. Una temperatura altísima, de la que únicamente nos protegía la alta calidad de nuestro equipamiento. La parte más cercana al suelo se ofrecía a nuestros ojos limpia y con una claridad fantasmal. A media altura el humo se estratificaba y bailaba lentamente sobre nuestros cuerpos.

-1 y 2 para 0. Esto parece el inicio de un "Flash-Over". ¿Qué hacemos?

-0 Para 1 y 2. Tranquilos. ¿Observáis alguna lengua de fuego en el techo?

-¡Negativo! Solo humo estratificado y mucho calor.

-"Ukelele"-me responde el instructor llamándome por primera vez desde que nos conocemos por el mote por el que soy conocido por el resto de compañeros-. Protegeros del calor y observad cómo evoluciona el fuego y el humo. Cuando comencéis a observar llamas acercándose a vuestras cabezas, ¡ya sabes!: disparos cortos y con chorro de ataque. No quiero que lo apaguéis totalmente. Solo rebajar las llamas hasta que baje la temperatura y las que aparezcan sobre vuestras cabezas se retiren. Si no podéis, cubriros. No os pasará nada. ¿Entendido? Cambio.

-¡Comprendido perfectamente!- le respondo.

Nos tumbamos completamente al tiempo que protegemos nuestras manos del intenso calor bajo nuestros cuerpos. La lanza también la tengo asegurada y la mantengo a la altura del rostro como si fuera el mayor tesoro del mundo. Una pequeña trampilla que nos había pasado desapercibida se abre por unos segundos para oxigenar la combustión. Luego, se cierra con un golpe metálico. ¡Aquellos eran los ruidos que habíamos escuchado! Desde fuera controlaban la combustión abriendo o cerrando el paso de oxígeno en el túnel.

Casi de manera simultánea, una danza de pequeñas llamas comienzan a culebrear por el techo, avanzando muy lentamente hacia nuestra posición. Son las partículas de humo en suspensión que, debido al intensísimo calor, comienzan a quemarse. De un momento a otro, todo aquello puede convertirse en una bola de fuego, y nosotros estamos justamente debajo.

El espectáculo es fascinante durante unos segundos. Aquello parece un ballet de colores que bailan sobre nuestras cabezas. Mi mente queda hechizada con aquella visión.

No puedo esperar por más tiempo. Saco la manguera de debajo del cuerpo y, girando un poco el cuerpo, disparo unos chorros cortos hacia el foco. Un chisporroteo suena al tiempo que nos inunda una nube de vapor. Las llamas multicolores desaparecen del techo, pero sigo sintiendo un intenso calor. ¿Me estaré cociendo por dentro? Otra vez el miedo se apodera de mi pensamiento.

Tras de mí, escucho la voz de mi compañero, que informa correctamente del resultado de nuestra operación. Ahora su voz suena segura y clara. Es como si hubiese madurado 10 años en esos pocos segundos.

-Tío- me dice casi susurrando-, ¡arreando "p'a tras" que aquí estamos sobrando!

Con una visibilidad aceptable debido a que el fuego no está apagado completamente, regresamos al punto en que comenzaba la esquina final, y poco después estamos al comienzo de la escalera, otra vez envueltos en humo y en la más absoluta oscuridad.

De la parte alta de la escalera nos llegan unos ruidos acompasados que delatan la inmediata llegada de los compañeros que, guiados por la manguera, nos relevarán y repetirán el proceso.

-1 y 2 para 3, 4 y 5. Recuperad manguera hasta que os avisemos- ordena "Pit-Bull" al resto del equipo para recuperar el bucle que hemos dejado atrás en nuestra retirada.

En esos momentos, el equipo de relevo se tropieza literalmente con nosotros. Le cedo la lanza al Nº 1 del nuevo equipo y le digo, con sorna y un poco de mala leche: ¡Ahora vas, lo ves y luego lo cascas! ¿Vale?

No tengo ninguna respuesta. Debe estar tan asustado como lo estábamos nosotros unos minutos antes. No sé quienes son las siguientes víctimas. Ahora, lo único que me importa es subir las escaleras lo antes posible y salir de allí. Por hoy, ya tengo bastante ración de adrenalina.

Siguiendo el hilo salvador que supone la línea de manguera amarilla de 45mm que hemos ido dejando en nuestra progresión, volamos literalmente escaleras arriba. Ahora me importa un pimiento si son 30 ó 40 escalones. Todo lo que anteriormente suponía un enigma está grabado en mi mente con toda claridad y, por lo que escucho, también está clarísimo para mi compañero que asciende delante de mí a toda velocidad.

Poco después, tropezamos con el Nº 3 del nuevo equipo que está agazapado unos metros por detrás del comienzo de la escalera:

-No se te ocurra moverte de aquí pase lo que pase. Abajo es un infierno- le digo para acojonarle un poco.

En esos momentos un silbido continuo anuncia que "Pit-Bull" ha comenzado a utilizar su reserva de aire. Sólo tiene 5 minutos más o menos de autonomía, pero la gatera debe estar cerca.

De manera súbita tropiezo con la pequeña gatera y me doy cuenta de que mi compañero ya la ha traspasado. ¿Cómo leches lo habrá hecho tan rápido con el corpachón tan grande que tiene? Sin duda, las ansias de salir allanan todos los obstáculos.

Otro pitido me anuncia que yo también estoy acabando con el aire, pero ya puedo divisar al fondo una luz, que corresponde a la pequeña abertura de la puerta de entrada por donde entra la manguera presurizada desde el hidrante de la campa.

Incorporándome por completo, abro la puerta metálica y un mundo de luz se abre gozosamente a mis sentidos. Me apresuro a desprenderme de la máscara, tras haber cerrado la válvula de la botella apagando el martirizante pitido. Luego, miro alrededor y veo una docena de miradas que están fijadas inquisidoramente en nosotros. Buscan una respuesta en nuestros rostros a lo que se tienen que enfrentar dentro del maldito túnel.

Durante unos minutos me recreo en el momento. Saboreo la sensación de haber cumplido y haber superado una de las pruebas más difíciles de nuestro aprendizaje. Al mismo tiempo, me desprendo con lentitud del chaquetón y del resto del equipo. Unos metros a mi derecha, observo a "Pit-Bull", que está de espaldas a mi posición y realizando las mismas operaciones. Junto a mí, hay una manguera de reserva. Es de 45mm y está totalmente presurizada. Vuelvo a mirar a mi compañero de aventura que permanece ensimismado en sus maniobras. No lo dudo.

-¡¡"Pit-Bull "!!- le grito.

En el momento en que se vuelve, abro la válvula de la manguera y un chorro de agua fría le empapa desde la cabeza hasta los calzoncillos.

Poco después, dos aprendices de bomberos, uno enorme y empapado de agua, y otro que parece una caricatura del primero, caminan alegremente entre risotadas y palmadas en los hombros como dos colegiales hacia el bar del centro, donde les espera un impresionante bocata de jamón que, sin duda, hoy se lo han ganado.

 

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