La fuente de Mari-Lobo

 

Existe una leyenda por la sierra madrileña, que yo escuché en su día de boca de un anciano, del que me permitiréis guardar su nombre y filiación, así como algunos detalles de la historia, ya que en estos días que corren podría ser acusado de loco o iluminado.

Todos los hechos ocurrieron en una época lejana en que los distintos valles serranos estaban poblados por multitud de aldeas, que poco a poco fueron desapareciendo por unas circunstancias u otras, y en que una enorme masa forestal inundaba la mayoría de cumbres y laderas de los montes guarrameños.

Para dar comienzo a la historia y su posterior comprensión, tendríamos que situarnos en cualquiera de los pueblos serranos y advertir que todos ellos poseen una plaza donde los vecinos pueden juntarse en determinadas circunstancias. Una iglesia donde acudir a demandar el apoyo divino o donde celebrar tanto los bautizos y bodas, como los funerales de aquellos seres que nos dejan; y siempre, siempre, aparece alguna fuente en que sus aguas, mejores o peores, son usadas por la totalidad de los vecinos. Esta puede ser mas o menos grande, con mas o menos caños; incluso de no haber fuente, siempre existe un pilón o manantial que ofrece sus aguas cristalinas a los vecinos del pueblo.

Estas fuentes serranas se las nombra en función de alguna particularidad de su entorno, de su ubicación o por algún hecho importante acaecido. Sin embargo aquel pueblo no tenía ni plaza, ni iglesia, ni fuente que saciase la sed de sus habitantes. Esta circunstancia, fuera de ser un problema para el pueblo, era del general agrado de sus habitantes. Al no tener plaza donde juntarse para charlar o criticar al vecino aquél, o para cotillear del otro, evitaba muchos problemas, ya que su vida discurría sin ser afectada por insidias y envidias de las que crean tantos problemas absurdos en los pueblos y zonas rurales. La ausencia de la iglesia, ahorraba tiempo en las tareas del campo y de la casa y evitaba el insidioso control de sus obligaciones religiosas y de cualquier otra índole por parte de los antipáticos y metomentodo párrocos rurales. Respecto a la fuente, esto no era un problema; más bien era del agrado de la juventud del pueblo. A cosa más o menos de media legua y en medio del espeso bosque que rodeaba la pequeña aldea, existía una fuente que servia de excusa a los más jóvenes para, al tiempo que se proveían de agua, esconderse de las inquisitoriales miradas de los mayores y dejar paso a los amoríos, bullicios y alegrías juveniles. Esta fuente, por aquél entonces era conocida como "la fuente del bosque" y se accedía a ella a través de una senda o vereda que estaba flanqueada por la virginal maleza existente; siendo esta circunstancia la que aconsejaba a los jóvenes usuarios no abandonar el camino en sus alegres excursiones.

Por esta senda se adentraban los mozos y mozas diariamente con cántaros y vasijas cargados en sus correspondientes caballerías para el aprovisionamiento del líquido elemento a los distintos hogares. En esos momentos el bosque se llenaba de la alegría juvenil. Risas y cantos mantenían alejadas a las alimañas que, al escuchar el bullicio que formaban los muchachos, corrían a esconderse en lo más profundo de la floresta. Todos menos uno. Mientras la alegre comitiva andaba y desandaba el camino de la fuente; unos ojos asesinos espiaban ocultos entre la maleza.

Entre los jóvenes del lugar, se encontraba una moza veinte añera que sobresalía entre el resto por la belleza y lozanía de su rostro y por la contagiosa alegría que emanaba de su carácter. María se llamaba aquella joven, y era por todos conocida simplemente como Mari-Doncela. Esta moza, la mas galana y bizarra del pueblo, era pretendida por todos los mozos del lugar y por los de las aldeas cercanas en diez leguas a la redonda; pero ella ya había elegido al joven de sus amores, y en verdad que lo había echo bien, al decir de las gentes del lugar.

Fuerte, sano, varonil y voluntarioso para todo. Pedro se llamaba el mozo, y siendo hijo único, ayudaba a su padre en las carboneras existentes en aquella zona de la sierra. Mari-Doncela y Pedro formaban una pareja envidiable y eran de general agrado para cuantos los conocían. Hasta estaba ya fijada la fecha de la boda, cuando sucedió el hecho que os cuento.

El año finalizaba su otoño y las brumas y nieblas prenavideñas invadían los valles y las faldas de los cerros y montañas, preparando el paisaje para las nieves venideras.

Por el sendero de la fuente caminaban dos bonitas chiquillas ensimismadas en su alegre parloteo. Una de ellas era, ni mas ni menos, que la bella Mari-Doncela, que explicaba animosamente a su compañera los secretos y particularidades del ajuar que estaba preparando para la próxima boda. Fue en este momento, cuando frente a las jóvenes apareció en medio de la senda, caminando despacio y con solemnidad, un enorme lobo.

Las jóvenes se pararon súbitamente y quedaron inmóviles con la mirada fija en el enorme animal. Aquel se detuvo también a pocos metros de las jóvenes y fijó su mirada en los ojos de Mari-Doncela; y aquellos ojos de fiera, destellaron como si un relámpago surgiese de ellos, y por un momento parecieron humanos.

Mari-Doncela sintió como un restallado en su corazón, una llamarada de angustia y suprema necesidad que le nublaron la vista haciéndola desvanecerse y caer al suelo. Antes de que la acompañante pudiera salir de su asombro, el animal, con la misma gravedad con que se había presentado, dio media vuelta y se alejó del lugar, más antes de desaparecer del todo, se paró, volvió su cabeza y miró hacia donde estaba caída Mari-Doncela.

Cuando las dos jóvenes regresaron a la aldea, y con el corazón todavía encogido por el susto contaron lo sucedido, se armó un gran revuelo entre el vecindario, y fue también la primera vez que todos los lugareños renegaron por no tener una fuente en el pueblo.

Llegaron las fiestas navideñas y a pesar que desde aquel suceso ninguna mujer volvió a la fuente sin que la acompañase alguno de los hombres del pueblo, el miedo a las alimañas pareció quedar en el olvido, sin más consecuencias que la prevención citada.

Y vino el segundo encuentro y ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Fue una mañana de Enero; Mari-Doncela y su amado Pedro, que hacia de escolta de la joven desde que prohibieron ir a la fuente a las mujeres sin compañía; se encaminaron alegremente con un borriquillo provisto de aguaderas donde depositar los cántaros con el preciado liquido. Los vieron adentrarse en el bosque mientras hablaban de la ya próxima boda que había de celebrarse en la cercana primavera.

Y fue esta la segunda vez que se presentó el lobo y con ella la gran tragedia, el inmenso misterio que nunca fue descubierto.

Solamente se halló al joven Pedro al borde del camino, echado sobre un gran matorral aplastado por el peso de su desaliñado cuerpo. Estaba muerto. Se había desangrado según se desprendía por la blancura cerúlea de su rostro. Un enorme charco de sangre había brotado por su garganta desgarrada. En su mano derecha todavía mantenía férreamente agarrada una navaja cabritera teñida de oscura sangre reseca y por todos los lados se adivinaban las huellas del animal y de lucha que, sin duda había mantenido con el valiente joven.

Angustiados, buscaron por todos los alrededores el cuerpo de Mari-Doncela o alguna pista que les condujese al cubil de la bestia; pero todo resultó inútil. La joven no aparecía por ningún lado.

Llegando la noche y asomando la luna por detrás de la Peña de Lara, un sobrecogedor aullido de triunfo retumbó por todo el valle.

Muchas fueron las conjeturas y opiniones que se dieron sobre la desaparición de Mari-Doncela. Unos aseguraban maliciosamente, que la bestia había hechizado a la joven y esta, enamorada, había seguido al animal hasta su cubil después de acabar la fiera con la vida de su oponente. La mayoría estaba convencida que la impresión que recibiera por las escenas de la lucha; así como la depresión que le causara el desenlace de la misma, la habrían desequilibrado su mente y finalmente que el miedo, la fuerza o el horror la obligaron a seguir a aquel malvado lobo. Fuera como fuese, Mari-Doncela no apareció jamás.

Sin embargo no acaba aquí la historia. La desaparición de la joven y la muerte de su enamorado tuvieron otras graves consecuencias para los habitantes de la aldea. Al tratar el problema acaecido, se convocó a los vecinos en el cruce de las dos calles principales; ya que no tenían plaza donde juntarse. Al extenderse los vecinos a lo largo de las calles, muchos no llegaron a enterarse de lo que se decía en el cruce, y por tanto, no pudieron asistir al funeral por el alma de los jóvenes, que tuvo que celebrarse en la iglesia de un pueblo cercano; ya que tampoco tenían iglesia para celebrar in situ los actos propios de estas circunstancias.

El miedo se asentó en los habitantes, que ya no querían ir a la fuente a por agua; viéndose obligados a realizar un largísimo camino a las fuentes de otros pueblos.

Por esta circunstancia y sin que transcurriese mucho tiempo de estos sucesos, los habitantes de la aldea fueronse marchando a vivir a otros lugares donde tuvieran iglesia, plaza y fuente dentro de la población.

Los últimos en abandonar el pueblo fueron los padres de Mari-Doncela el día que fueron incapaces de dar con la fuente origen de sus desdichas, ya que poco a poco fue cubierta totalmente por la maleza y la floresta del bosque.

Con el paso del tiempo, también la aldea desapareció por completo, destruida por las inclemencias del tiempo y engullida por la agreste naturaleza.

En la actualidad, en medio del bosque, al pie del formidable macizo de Peñalara, que la envuelve con sus 2.428m de altura, y en un determinado lugar que yo solo conozco, se encuentra la fuente de Mari-Lobo, como se conoció en la leyenda después de los hechos que aquí se han contado.

 

Arevacoss