La mariposa y el reloj

Desperezándose de su letargo, salió lentamente de su envoltura. Extendió las alas y comprendió, casi inmediatamente, que tenia que volar. Amanecía la Vida para la mariposa azul. El entorno le produjo admiración y asombro: todo era nuevo y bello en aquel bosque mediterráneo pleno de luz y de color. Levanto sus alas y comenzó a volar: resultó fascinante; sentía el aire como los peces el agua y notó que era su medio. Con un leve movimiento de sus alas se elevaba y avanzaba. Su primer vuelo fue corto y terminó encima de una piña que había caído del pino, para intentar crear otra vida en la tierra.

Se sintió feliz al mirar a su alrededor. La vida parecía gratificante, presintió que sería muy feliz descubriendo la Naturaleza. Había nacido -pensó- en un lugar maravilloso lleno de posibilidades para explorar y disfrutar.

Alzó el vuelo y comenzó un gran paseo por el bosque. Se elevó y sintió la emoción de lo nuevo y lo bello; comprendió que había multitud de cosas por descubrir. Una mariposa negra la observó también con sorpresa al pasar cerca de ella y giró suavemente para tomar otra dirección.

Subía y bajaba y avanzaba y paraba su avance para observar con detenimiento todo lo que veía a su alrededor. De pronto, un objeto extraño llamó su atención: un reloj de pulsera que alguien había perdido en su paseo. Le pareció muy distinto al resto de los objetos y animales que había visto: piedras de diversas formas y colores, ramas caídas, hojas que reposaban en el suelo y servían de alimento al bosque, distintos animales dedicados a sus quehaceres para el sustento y la supervivencia.

La curiosidad hizo que se posara encima de su esfera blanca con suavidad. Enseguida le llamaron la atención las tres ramitas delicadas que partían del centro; la más larga y estrecha se movía en círculos produciendo con su giro, un suave "tic tac" apenas perceptible. Observó que la otra larga y más gruesa giraba también pero con un movimiento mucho más lento -los minutos son más lentos que los segundos pero también pasan-. Aquello le pareció un animal muy extraño, no se movía ni por el suelo ni por el aire y, sin embargo, su interior sí se movía.

Alzó nuevamente el vuelo en busca de otros animales semejantes pero la búsqueda resultó inútil. Arroyos llenos de agua de primavera, aguas limpias y serenas, aguas de ríos antiguos, quedaban tras ella en su avance; la variedad de flores era sorprendente. El verdín de las piedras, la majestad de los pinos, causaban su admiración, pero ella tenia una obsesión: encontrar algún objeto parecido a aquel. Volvió sobre su vuelo y se posó nuevamente en la esfera del reloj comprobando, extrañada, que la ramita larga se había colocado en el otro extremo del círculo y que la corta ¡se había movido un poco! Entonces -pensó-: las tres se mueven. ¿Qué será?

Dos mariposas se acercaron a ella invitándola a seguirlas, pero declinó la invitación y continuó mirando el reloj, intentando comprender su significado y sintiendo que quizá había encontrado un tesoro, pues era, por lo que parecía, un objeto único en aquel bosque. Distraída en sus pensamientos, comprobó que la ramita larga había vuelto a su posición inicial y la corta había avanzado un poco más.

La sed le sorprendió de pronto y alzó el vuelo en busca de un remanso en un arroyo cercano. Se posó y probó el agua por primera vez sintiendo una sensación de gratitud. Se posaron cerca de ella tres mariposas con aspecto cansado pero excitadas de emoción. Comenzaron a contarla lo que habían visto en su viaje por los alrededores.

La que estaba más cerca contó que había estado en una cueva negra y húmeda, adentrándose en ella, hasta que el miedo la obligó a salir hacia la luz y con la viveza de su vuelo, en su huida, se había remontado hasta lo más alto de un pino donde descansó y se relajó mirando el espléndido y extenso paisaje.

La segunda, describió la gran variedad de flores donde se había posado, flores de formas distintas con aromas y colores que le produjeron una dulce y estimulante embriaguez; también detalló el movimiento de una serpiente que andaba sin patas y se erguía sin apoyo.

La tercera, había bajado al valle, acercándose a un pueblecito cercano y contó como eran los tejados y sus chimeneas, las calles y las fuentes, las plazas y sus gentes. Había visto perros, cerdos y gallinas y se había posado en una mesa situada bajo un techado de cañas, contemplando a un hombre de rostro curtido que bebía sorbos de vino de un vaso que rellenaba, distraídamente, de una botella. Ambos reposaban en la mesa. El hombre comenzó a hablarla -lo que produjo en ella cierta sorpresa- y le contó cómo hacia unos años, su hijo, se había marchado a la ciudad, al poco de morir su mujer a causa de unas malas fiebres, en busca de otra vida, pues el pueblo, le daba pocas esperanzas; de tarde en tarde, le escribía y le contaba, casi siempre sus penas, en la lucha extraña y despiadada que sobrellevaban las gentes de la ciudad, lo mucho que añoraba sus días en el campo y aquella sensación de estar vivo y sintiendo la vida a su alrededor, que sabía, iba perdiendo en la ciudad; las noches de cielos estrellados y silenciosos y, rompiendo el grandioso silencio de las estrellas, los sonidos de animales nocturnos, voces lejanas llamando a los chicos y el cerrar de las puertas de las casas; el olor del humo de las chimeneas mezclado con los mil aromas del campo no tenía equivalente en la ciudad.

Mientras hablaba, el hombre cerraba de vez en cuando los ojos y, apoyado el brazo en la mesa, reclinaba su cabeza en la mano. Ella comprendía su expresión pero no sus palabras y en el momento que extendió la mano para acariciarla, desplegó sus alas y comenzó a volar, alcanzando a sus dos compañeras que se acercaban al arroyo.

Escuchaba con atención la mariposa, el relato de sus tres compañeras y se decía que más adelante tendría otras interesantes vivencias. Despidiéndose de ellas, voló hacia su tesoro donde se posó, comprobando como la ramita corta se había movido casi media esfera y descansó cerca.

Inalterable y sin objetivo pero inexorable, el reloj seguía su pulso. La mariposa seguía sin comprender que significaba aquello, cuando, mirando el cielo, observó como cambiaba de color el horizonte, pasando de un azul claro a un rojo tenue que fue haciéndose más intenso, al tiempo que la claridad se extinguía. Se acomodó encima de su tesoro, esperando el regreso de la luz, haciendo planes para entonces, con el firme propósito de buscar nuevas experiencias que compartir con las otras mariposas, conviviendo con ellas.

El bosque quedó cubierto por la noche y la mariposa se puso triste con la oscuridad, pero le confortaba la esperanza del retorno de la claridad. Se acercaban las tres ramitas a lo alto de la esfera con ritmo más lento y extraño; la corta estaba casi en lo alto y la larga acercándose, mientras la tercera, más fina, seguía sus pulsos rítmicos pero ahora, más lentos y cansados. La mariposa sintió una extraña sensación que la asustó. ¡No era posible! Presintió que su vida se extinguía como la luz en el atardecer. Sintió dolor. El pánico la invadió: ¡No había vivido! Celosa de su tesoro mecánico, había postergado su vida para un futuro que se cerraba ante ella. Sintió que las fuerzas le abandonaban y que sus pensamientos se diluían en una espesa niebla.

Cuando la ramita larga se confundió con las otras, la mariposa quedó dormida en un sueño eterno.

Antonio Frades. Alcorcón, marzo de 2.000

 

Con la colaboración de la Universidad Popular de Alcorcón