LANCE DE HONOR

El lugar indicado es el antiguo cementerio abandonado a las afueras de la ciudad. Una fría mañana de 1837, Rodrigo atraviesa en una oscura calesa, las desiertas calles, con dirección al lugar convenido, dejando atrás la silenciosa ciudad. Le acompañan sus padrinos quienes ya han fijado los detalles. El duelo es a primera sangre. Se interrumpirá a la más ligera herida. Las pistolas han sido cuidadosamente examinadas por los padrinos de ambos contendientes y los estuches precintados.

Cuando llega Rodrigo su adversario, don Pedro de Bouzón, ya le está esperando. Muy pálido y con la faz desencajada. Las armas son sacadas de sus estuches y elegidas por los padrinos, comprobadas y cargadas.

El motivo de la afrenta venía de meses atrás. Don Rodrigo Olivares, castellano nacido en el Valle de Mena, señor de Peñanegra, venido a menos, joven y soltero, había conocido a Leonor, señora de Bouzón, una de las mujeres más bellas del lugar, en una corrida de toros.

El flechazo fue instantáneo. A Rodrigo le había costado mucho convencer a Leonor para quedar a solas con él. Loco de amor la propuso abandonar a su marido y huir juntos. Las dudas en Leonor a pesar de su enamoramiento eran muchas. Algunas noches en las que don Pedro se había ausentado; se entregaron en el propio lecho conyugal a su encendida pasión los amantes.

Leonor, cada vez más enamorada, tuvo la osadía o la insensatez de contárselo todo a su marido, proponiéndole una separación amistosa. Don Pedro decidió seguir viviendo con su mujer y desafiar en duelo al ofensor de su honra.

Rodrigo, que deseaba terminar pronto el lance, le había hecho llegar una carta a Leonor, con la proposición de irse los dos a vivir lejos de allí nada más finalizar el duelo. En la destemplada mañana puestos los adversarios, arma en mano, espalda contra espalda, el director de aquel enfrentamiento contó los pasos fijados. Al llegar al final de la cuenta los duelistas se volvieron cara a cara, el director contó hasta tres y dio comienzo el acto. Don Pedro, nervioso, disparó y erró el tiro. Al mismo tiempo Rodrigo disparó inmediatamente e hirió en un hombro a su adversario.

Como el duelo se había fijado a primera sangre, y don Pedro sangraba abundantemente se dio por concluida la cuestión.

Don Pedro, tras verse herido no solo en el honor si no también en el duelo, rabioso y malhumorado pidió cargar de nuevo las armas. Los padrinos de Rodrigo se opusieron a ello y alegaron las condiciones acordadas. Pero don Pedro insistió y exigió que el duelo fuera a muerte. Cosa que aceptó Rodrigo.

Cargadas otra vez las armas, tomadas las posiciones, y dada la señal, don Pedro tiró primero atravesando un pulmón de Rodrigo, que cayó al suelo disparando al cielo su pistola. Sus padrinos le trasladaron rápidamente al coche y, ya en la casa, un médico que acudió a reconocerle diagnosticó un desenlace fatal.

Rodrigo pronunciando el nombre de su amada, expiró doce horas después. A los ocho meses del suceso, Leonor dio a luz un niño. ¿Hijo de don Pedro o de Rodrigo?. ¡Quién sabe!.

 

Madrid, junio de 2002

Fernando José Baró