La poda

Y la rama crujió en un doloroso chasquido.

Con una herramienta no adecuada el hombre golpeaba y golpeaba la rama, madre de infinitos brotes. Se resistía a ser desgajada brutalmente. El hombre dejó la herramienta y colgándose de la rama herida con sus poderoso brazos peludos consiguió el destrozo. Con la rama se llevó parte de la corteza del pequeño árbol por donde la savia comenzó a rodar en abundantes lágrimas.

La paseante que se había parado para ver la herejía, preguntó al hombre que si no era tarde para la poda; porque la paseante desde niña siempre había visto podar árboles, pero meses antes, con herramienta afilada y haciendo cortes limpios. El hombre contestó que no, que todavía tenía tiempo de brotar. A lo que la paseante contestó que aquel boquete que había dejado en el tronco de aquel árbol no curaría la herida tan pronto; eso si no se secaba por completo.

Se detuvo el hombre miró a la paseante de frente. Se pasó el brazo peludo por la cara, limpiándose el sudor. Había medido sus fuerzas con un indefenso árbol, y éste le había demostrado que cuando se tienen hijos se lucha por ellos a muerte.

Trató de dar lecciones de poda a la entrometida paseante reconociendo, al fin, que una rama tan importante saldría para más adelante.

Mientras, el árbol seguía mostrando su enorme herida. Lo hacía con pudor, lo hacía llorando, viendo como parte de su familia yacía en el suelo agonizando.

El hombre dijo a la paseante que si al tiempo le daba por helar, cubriría el tronco con un saco.

El hombre acababa de reconocer la tremenda escabechina que había hecho.

 

Alcorcón, 24/02/99

Pilar Alonso

Con la colaboración de la Universidad Popular de Alcorcón