Legado de una madre

 

Bueno, creo que la frase de «hasta aquí he llegado» es el compendio de una sucesión de noticias que he recibido durante esta última semana. Pero ahora ya la conclusión es definitiva. Me quedan apenas unos días de esta vida que creí en ciertos momentos eterna. Los médicos me lo han comunicado y también me han aconsejado sutilmente que deje todas mis cosas preparadas. Eufemismo para decirme que haga testamento y me vaya despidiendo de todo y de todos. ¿Testamento? Nunca he pensado en ello. Apenas tengo cosas materiales que dejar a mi única heredera, mi hija. Pero, pensándolo bien, ahora es el momento de recapitular, de pensar qué tengo y qué bagaje he conseguido en esta ya larga vida... Qué tenía, qué tengo y qué puedo dejar en herencia... Por mi cabeza se han cruzado un sin fin de historias que, mezclándose entre sí, me han hecho pensar no sólo en mi vida, sino en la de mi madre y en la de mi abuela y sí, creo que quizá sí tenga que dejar muchas cosas a mi hija. Quizá no cosas que se puedan poner en un testamento convencional, pero sí de las que se dejan en un testamento llamémosle vital. Quizá sí tenga algo que dejar, al fin y al cabo, algo muy importante que he dejado en el olvido entre las cosas que piensas que no tienen tanto valor a no ser que vuelvas la vista atrás ante el acontecimiento de tu próxima muerte. Son tantas cosas las que quiero dejarle... Le escribiré una carta.

«Hija, te escribo esta carta que no es sino un compendio de vivencias que creo te serán mucho más importantes que cualquier otra cosa. Cosas que no se miden, ni se pesan, ni se compran ni se pueden vender, pero eso sí, se tienen y hay que conservarlas y aumentarlas. Es más, te arranco la promesa de gestionar, administrar y agrandar el patrimonio que te dejo, éste que con tantas lágrimas y luchas se ha ido haciendo con el tiempo. Perdona que te hable sólo en primera persona, puesto que este patrimonio se hizo con miles y miles de personas. Te dejo en herencia el derecho y la obligación al voto que tanta sangre costó poder llegar a ejercerlo. Para que cada vez que vayas de ejercer ese derecho y ese deber pienses en las mujeres que, como yo, tuvieron que ganárselo para intentar estar, cada vez más, cada día más, a esa altura inventada por unos pocos y seguida por muchos en la que suponía estaba el hombre.

Heredarás la libertad de disfrutar de tu sexo sin más limitaciones que las que tú misma te impongas. Sin que por ello te juzguen y tengas que reprimir tus deseos. Desde la libre elección de pareja hasta la negativa a proseguir esa relación si no te satisface.

Te dejo el derecho y el deber al trabajo y a cualquier clase de estudio sin más condición que la de tus propias limitaciones o aptitudes, pero no demarcadas por tu sexo. Asimismo también te dejo el primer puesto; es decir, que no has de ser la sombra discreta y abnegada de nadie, sino ocupar el primer puesto en la vida si reúnes las condiciones de inteligencia y dones para ocupar ese lugar.

Heredarás también la libre determinación a ser madre, sin presiones sociales ni laborales. Tienes el libre albedrío de determinar el momento, pero la más firme obligación de educar a tus hijos de ambos sexos en la igualdad desde el mismo momento de su nacimiento, tanto en los juegos como en los estudios, para que su posterior vida sea tu inversión personal en lo que antes te dije de agrandar este patrimonio.

Heredarás también la mejor de las relaciones de pareja, ésa que apenas pudo disfrutar ninguna de tus antecesoras, la relación basada en el compartir, en el respeto mutuo y en la libertad de elegir tanto sin trabajas o si estás en casa. Y, por supuesto, te lego la libertad y obligación de no consentir ninguna clase de mal trato, ni físico ni psíquico y para ello has heredado unas leyes que estás en la obligación de mejorar en lo malo que tienen y conservar lo que en ellas de bueno haya. No serás esclava ni sirvienta sino compañera en el largo camino de la vida. Conservarás la diferencia de sexos como algo maravilloso que, lejos de separarnos, nos complementa y nos une.

Profesarás la religión que quieras, o ninguna, pero huye de cualquier dogma que implique una inferioridad respecto a nada ni a nadie y, por ello mismo, la obligación a luchar donde y con todas tus fuerzas contra quien, en nombre de cualquier religión, quiera imponer cualquier menoscabo de estos derechos. Eres, pues, depositaria, por una rara Ley Sálica en la que sólo heredan las mujeres de nuestra familia de todo este patrimonio de valor incalculable conseguido por las mujeres de esta familia y la de otras miles de mujeres de todo el mundo de las que espero tengas un recuerdo imborrable y tierno.

Creo que estas líneas me han hecho mucho bien. Me siento mejor. Creo que lo que yo te dejo es algo con lo que hubieran soñado muchas mujeres a lo largo de los siglos y con lo que, desgraciadamente, sueñan demasiadas mujeres todavía en otros puntos del planeta. Asimismo, te dejo la antorcha de una lucha que de momento no ha quedado resuelta. Ayuda en todo lo que puedas a mujeres que, como tus abuelas y tu madre, viven en este momento en muchos lugares del mundo. Nunca hacia atrás. Ni un solo paso. Ni una sola vez. Me despido ya de ti, esperando que este raro testamento te abra los ojos y el corazón y te haga recapacitar. Me quedo llena de amor, sin tristeza y con la esperanza puesta en un futuro que no veré... Tu madre que te amará siempre.»

 

María Teresa Bernal

Primer premio en el Certamen de la Asociación AMAKA