LLUVIA DE MAYO

Sentado en la barra, frente a la blanca cruz de Puerta Cerrada, te sueño. Es una mañana fría del mes de diciembre. Recuerdo un paseo por mi barrio, contigo. Un bello día del mes de mayo que acabó en maravillosa lluvia. Cuando en los meses cercanos al verano llueve, los ángeles no lloran. Nos mojan de elixir enamorado. Nos hacen correr a cobijarnos en lugares ocultos donde poder besarnos. Hay mujeres que hacen perder el juicio. Por las que uno cambiaría de vida. Tú eras una de ellas.

He vuelto a Madrid a pasar las fiestas navideñas en familia. Los niños cantan la lotería en el televisor del pequeño local. Es la última vez que lo hacen en pesetas. El camarero y un cliente hablan sobre el fin de la peseta, sobre el euro. Nada de eso me importa. He venido esta mañana para soñar. A soñarte.

Yo nací muy cerca de la Plaza Mayor. Mi infancia y primera juventud están ligadas a este barrio. Tú llegaste después, y fuiste el motivo de mi huida, de mi cambio de rumbo. Paseo por la Cava Baja y te recuerdo, te sueño. En esta droguería, “La Antoñita”, compraba mi madre siendo yo niño. La casa en la que nací tenía dos plantas. La segunda abuhardillada, constaba de dos habitaciones con tragaluz en las que mi padre puso un palomar. Allí pasaba muchas horas del día jugando, empezando a soñar. Había palomos “ladrones”, que traían palomas de la Catedral, de la calle Toledo. La calle del Almendro, la plaza de la Cebada. Aquí estuve contigo, te besé por vez primera. Bueno, me besaste tú a mí. Nunca hubiera sido capaz de hacerlo, te veía tan hermosa, tan deseable, que no creí que llegaras a fijarte en mi.

Camino por calles conocidas, ahora ajenas y distantes. Ya no conozco a nadie. Es curioso como en pocos años cambia todo.

Tus dedos acariciaban mis labios tras besarnos. Casi puedo sentirlos ahora, cuando todo terminó, cuando ya no estás.

La nochevieja la pasaré en mi lugar actual de residencia. Ahora tenemos trabajo. Hay que seguir recogiendo aceituna, este año ha sido bueno, está gorda. Ya veremos a qué precio la pagan. Cuando hay tanta producción, la compran barata.

No creo que nada de esto te importe.

Entro en “la Escondida”, y pido un vino.

- ¿Alguno en especial?

- Un ribera.

Aquí en “la Escondida”, tienen todo tipo de vinos. Este tío está siempre igual, no cambia. Con esas pobladas barbas, me recuerda a los celtas. Suena de fondo música española.

Estamos los dos solos en la taberna. Acaba de abrir y aunque son las doce, la gente en estas fechas no madruga, y menos hoy sábado. Por las noches es distinto, no entra ni un alfiler. Hay todo tipo de gente. Abundan los de vida bohemia dando un toque especial al local. En la barra la gente apretada, suelta humo de tabaco mientras se divaga sobre temas filosóficos, teológicos, políticos y literarios. Era común entrar solo y salir acompañado. Seguir tomando vinos por el barrio con gente que se acababa de conocer, que tal vez no volvieras a ver más. El centro de Madrid, cuando se va “de vinos”, es parecido a los pueblos. La gente se da más, se comunica entre sí. Aunque no se conozcan. Tal vez es Baco quien ayuda a entablar relaciones que en cualquier otro sitio serían inimaginables. Al menos antes, no sé ahora.

Dicen que hace treinta y cinco años que no hacía este frío. Así se nos quedan los dedos cogiendo olivas.

Acaban de entrar en el local cuatro jóvenes. Piden cañas de cerveza. Tendrán cerca de veinte años. Pido otro vino. Entre conversaciones que no escucho bien, ríen. Son tres chavales y una chica. Ella es morena, de pelo rizado. No se parece en nada a ti. Se les ve felices. Su risa me recuerda a la tuya. Tal vez no tenga nada que ver. No sé. Tras pagar los vinos, salgo del local.

En la provincia de Cuenca, donde vivo, hace mucho frío en invierno. Muchos días incluso nieva. Cuando está nevado nos quedamos en casa. No salimos. Mi vida ahora es tranquila. No vivo bien pero tampoco podría decir que vivo mal. La forma de vida en los pueblos es muy distinta de aquí. Se valoran más cosas que en la ciudad. Te sigo echando de menos y sigo pensando en ti. A pesar de que no existas.

Voy bien de tiempo. He quedado a comer en “Casa Botín”, con mi amigo Manuel. Llevo años sin verle, pero no hemos dejado de cartearnos. Quiere hablar conmigo.

Si no te hubieras ido tan pronto, hoy comerías con nosotros. Los dioses sabrán por qué te alejaron de mi lado. Ya decía Menandro, que “aquel a quien aman los dioses muere joven”. Veo venir a Manuel.

- Manuel, ¡que bien te veo!.

- Bueno, buen amigo, no voy mal. Sopa castellana y cochinillo, ¿verdad?.

- Claro, claro. Como siempre.

- Y regado por un buen vino. Pago yo. Querido amigo, lo tuyo no es malvivir en un pueblo.

- Ya sabes que tras la pérdida de…

- Ya sé, ya sé. Pero es hora de que lo superes, no puedes seguir viviendo con tu pensamiento puesto en ella. Ella ya no está, y ahora tú tienes que vivir. Dejaste todo tras perderla; Tu piso, tu trabajo. Un futuro prometedor. ¿Para qué?. Para vivir como vives ahora. Han pasado casi tres años. Debes volver. Hay un puesto para ti con nosotros. Está esperándote.

- Yo aquí no tengo ya nada que hacer. Tan solo quiero soñarla. Vivir de recuerdos.

- No seas cabezón, coño. Hace un año que se casó. Vive su vida. Vive tú la tuya. Sé feliz.

- ¡Qué dices, Manuel!. Ella murió hace ya tres años, ¿o es que no te acuerdas?.

- Te dejó, amigo. Te dejó. Asúmelo y vive.

- Está muerta Manuel, está muerta. Gracias por la comida.

 

Madrid, diciembre de 2001

Fernando José Baró