Miedo

- La verdad es que soy demasiado impulsivo, - pensó mientras daba vueltas a la llave del piso. - Lo mismo no hay ni luz. - Efectivamente la luz había sido cortada. Estaba bastante bebido aquella tarde; tras despedirse de su padre con un contundente - ¡Vete a la mierda! - y un no menos contundente portazo, se había marchado al que, años atrás, fuera el piso de su abuela y que ésta dejó disponible por óbito.

No es que deseara independizarse, pero la vida familiar se había vuelto insufrible. La ropa limpia y la comida no eran suficientes razones para soportar los soporíferos y continuos sermones de su padre, contra la holganza sin límite a la que se había reducido su vida en los últimos meses. - Dilapidas mi sueldo, socavas tu salud y tu reputación y no haces nada productivo; parece que no vives nada mas que para darte la gran vida. Dátela si quieres, pero no a nuestra costa. ¡Que ya tienes treinta años, joder! - Este y otros argumentos parecidos constituían la parte inmaterial de la cena - único momento del día en que veía a su padre - desde que decidiera dejar la carrera en tercero, tras siete años de infructuosa relación con la aeronáutica. - Mierda, mierda, mierda, - pensaba mientras sorbía sopa.

Tras, el que pensó sería, el último sermón de su vida, se encerró en su cuarto y llenó dos bolsos de viaje con su ropa y algunos recuerdos, pocos. Después salió de la habitación, extrajo las llaves del piso de la abuela de un cajón del armario del recibidor y le dio un beso a su madre, que lloraba como una magdalena sin decir nada. Su padre sí que decía cosas, -Mierda, mierda, mierda. -

Se detuvo en tres bares y otras tantas copas de coñac pasaron a morar en su hígado; después entró en una pastelería y compró sándwiches y cerveza, y por último tomó el autobús y se fue directo a su nueva casa.

Encendió unas velas que estaban sobre la mesa de la cocina, abrió la espita del gas y calentó los sándwiches en el horno. Bebió y comió como si alguien hubiese decidido dejarle morir de inanición al día siguiente; las tensiones le activaban el hipotálamo. - Menuda la he armado. - Buscó un aparato de radio para sentirse acompañado, buscó por toda la casa -¡Cuantos recuerdos! - y solo encontró un viejo "telefunquen" sin pilas. No le apetecía nada volver a la calle, así que decidió seguir solo y se dispuso a buscar una cama cómoda donde pasar su primera noche. La de la abuela parecía la mejor, pero aquel ámbito le daba cierto reparo con todos esos crucifijos y fotos antiguas. Bueno, ya arreglaría eso mañana; hoy tenía que dormir bien y aquella cama parecía la adecuada. También decidió dejar para el día siguiente la "cuestión económica"; no le quedaba demasiado en la cartilla y sus padres probablemente le cortarían el suministro. - Mañana será otro día. -

Percibió un olor extraño, como de moho, frunció la nariz, entreabrió la ventana y un airecillo gélido se adueñó en pocos segundos de la estancia; cerró inmediatamente. - ¡No te jode! - Se desnudó a toda prisa y se metió entre las sábanas. Estaban heladas y le gustaba la sensación de irlas calentando poco a poco con el calor de su cuerpo. Se fumó un cigarrillo a la luz de una vela y se bebió la tercera lata de cerveza. - ¡Vaya olorcito! -Sintió sueño, apagó la vela y se subió el embozo hasta los ojos. - ¡Y que frío hace! -

No pudo precisar cuanto tiempo llevaba dormido, cuando una aguijonada en el estómago le despertó de súbito. - ¡Que coño! - Tenía la lengua pegada al paladar y el hedor se había vuelto insoportable; no sabía que ocurría, pero sintió miedo. Recordó su infancia, cuando se despertaba en mitad de la noche presa de un temor tan absoluto como indefinido; entonces se quedaba rígido. Ahora también se quedó rígido. Aquel silencio le agobiaba. ¿Silencio? No del todo; un leve rumor surgía de algún lugar, como una respiración lenta y continua.

Así pasó bastante tiempo, media hora, tal vez más. Recordó que de niño rezaba; lo intentó pero se encontró ridículo; además, no recordaba ninguna oración completa. - Parezco imbécil - Este pensamiento tampoco llevó paz a su espíritu. Y el pestazo aquel a moho, ¡Dios! Decidió que tenía que hacer algo. Intentó desentumecerse, pero se sentía pesado y mareado. ¿Que me está pasando? También tenía náuseas. Venciendo el miedo - ¿A QUÉ? - se incorporó lentamente, sacó una mano de las sábanas y buscó a tientas en la mesilla. La lata de cerveza vacía cayó al suelo y rodó unos instantes, produciendo un ruido que él no deseaba en absoluto.

* * *

Por fin, encontró la vela y las cerillas, sacó una y colocó la cabeza sobre el rascador; cuando había recorrido la mitad de la lija, recordó que HABÍA OLVIDADO ALGO EN LA COCINA; también recordó muchas otras cosas de su vida, pequeños y añorados recuerdos. En una fracción de segundo comprendió todo lo que pasaba, pero no pudo evitarlo; la cerilla ya se había encendido. Y vio la luz.

* * *

Madrid,- (Agencias)
Una violenta explosión seguida de un incendio de considerables proporciones, tuvo lugar durante la noche de ayer en el segundo piso del inmueble nº 6 de la calle Ayala. El accidente, que ha costado la vida al menos a una persona, del sexo masculino y todavía sin identificar, se cree fue debido a un escape de gas en la bombona de la cocina. Los bomberos continúan las labores de desescombro.

 

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