Nunca salgas por la puerta de atrás

 

Fede era mi mejor amigo. Sólo nos veíamos en verano durante las vacaciones que pasábamos, él en casa de su abuela y yo con mis padres. Éramos inseparables. Durante tres meses lo compartíamos todo. Fue una época feliz.

Era algo mayor que yo, más alto, bastante fuerte y muy valiente. Un tipo estupendo.

En aquel pueblo, que estaba situado en la ladera de una montaña, rodeado de bosques, no había muchas diversiones, pero nosotros las fabricábamos como se fabrica un juguete. Teníamos una cabaña de ramas y piedra donde guardábamos nuestros tesoros En los alrededores habíamos montado una pequeña reserva de animales. Un conejo, varias lagartijas, dos patos y dos culebras vivían en un cercado construido a base de tablas, uralita y paciencia. Nosotros nos ocupábamos de suministrarles la comida, aunque a veces los patos y las culebras hacían de las suyas y se zampaban alguna lagartija, lo cual nos apenaba bastante. Así es la vida.

También organizábamos excursiones. Provistos de un tirachinas, una garrota y algo de almuerzo, nos internábamos en algún bosque cercano y pasábamos todo el día trotando entre los matorrales y las trochas. Y, si se terciaba, capturábamos algún animalito que iba a parar a la reserva.

* * *

Fue durante una de aquellas excursiones cuando Fede tuvo la ocurrencia.

Era tarde y bajábamos orillando el riachuelo, que por aquellos días discurría bastante mustio. Muy cerca del pueblo se encontraba un paraje al que todos llamaban La Casa Deshabitada. Era una gran finca en cuyo centro se encontraba un caserón que, tiempo atrás, debió de ser de categoría, pero ahora se encontraba en el más absoluto abandono. Sus paredes grises, sus ventanas desvencijadas y aquel tejado repleto de pájaros y de hierbajos le daban el inquietante aspecto de las casas encantadas de las películas de miedo. Los habitantes del pueblo no le daban mucha importancia, para ellos era una pieza más del paisaje; un accidente sin interés especial.

- Un día de estos tenemos que entrar aquí - dijo Fede mirando hacia el interior. Nos habíamos apoyado en la valla de piedra que bordea la finca para descansar un rato. Yo le miré y después hacia adentro.
- Buena idea - dije.
-¿Qué te parece el jueves? - A mi amigo le brillaban los ojos cada vez que planeábamos una buena aventura.
- ¿Pasado mañana? Estupendo. -
- Podemos pasar todo el día dentro, investigando. Nunca pasa nadie por aquí. -

Era un magnifica idea y así se lo hice saber.

- Bien – dijo saltando de la valla – mañana preparamos todo lo necesario y el jueves…- dio una patada a un tronco que había a sus pies - …investigaremos… - el tronco saltó por encima de la valla y no hizo ningún ruido al caer - … la Casa Deshabitada. -

Eché un último vistazo hacia el otro lado y no vi ni rastro del tronco. - Que raro - pensé.

* * *

El jueves por la mañana nos juntamos en la “Fuente de los Cuatro Caños”.

Hacía un día perfecto que contribuía a aumentar nuestra euforia ante la nueva aventura que nos esperaba. Habíamos dicho en casa que pensábamos ir al bosque de nuevo. Nuestro plan permanecería en secreto.

Como ya he dicho, nuestro objetivo se encontraba en las afueras del pueblo y no tardamos en llegar. Un labrador que pasaba cerca nos saludó con un movimiento de cabeza y siguió su camino. Cuando se hubo alejado lo suficiente, saltamos.

Caminábamos en dirección a la casa cuando vimos algo sorprendente. - ¡Menuda patada que le pegué ¡ - dijo Fede señalando hacia la derecha. Era el tronco y se encontraba por lo menos a cincuenta metros de la valla.

- Estás hecho una bestia - contesté.

Nos acercamos. Estaba medio enterrado entre unas piedras, a quince o veinte pasos de la casa.

- Habrá sido un perro - dije.
- Mira esto - Fede señalaba una piedra más grande que las demás, redonda y completamente plana.
- ¡Ostris! - Contesté. Aquello era una pequeña tumba. En la parte superior de la losa estaba grabado un nombre: “Draco”.
- ¡Venga, vamos! – dijo Fede con tono decidido, y continuamos camino de la casa.
- Lo primero - dije cuando estábamos frente a las paredes grises y desconchadas - es ver por donde entramos -.
- Espero que esté verdaderamente deshabitada. -

Y nos pusimos a caminar alrededor comprobando la resistencia de las ventanas, A la tercera dio resultado, tiré y se abrió. Tenía una contraventana de madera, parte del marco se deshizo. Estaba invadida por la carcoma. Miramos hacia el interior, todo estaba oscuro y sugerente.

- Vamos, salta - dijo Fede entrelazando los dedos de las manos.

Me apoyé, tomé impulso y salté. Fede, más fuerte que yo, saltó sin ayuda. Adelante.

Optamos por dejar la ventana entreabierta. El aire en el interior de la estancia era denso como la melaza y bastante fétido. Fuimos entrando en las habitaciones que estaban llenas de muebles viejos, algunos cubiertos por sábanas más viejas aún. Bastaba con tocarlas para que se deshicieran en polvo e hilachas. En algunas habitaciones había camas. Fede saltó encima de una, cubierta solo por un colchón y éste reventó como una piñata de plumas.

La casa tenía dos pisos y la recorrimos entera, haciendo inventario de todo cuanto podía sernos útil en futuras aventuras.

Fue en uno de los pasillos donde lo encontramos. Se trataba de un cuadro no muy grande que representaba a un chaval de nuestra edad más o menos; las prendas que vestía parecían antiguas.

Detrás de él estaba la casa; ésta tenía mejor aspecto que ahora, sus paredes eran blancas y sin desconchones y el jardín estaba cuidado. En la parte inferior del marco había una plaquita dorada con una frase: “NUNCA SALGAS POR LA PUERTA DE ATRÁS”.

- ¡Que curioso! - dijo Fede -Debe de ser del año de la pera. -
- O más - contesté - ¿Y que puerta será esta? –
- Me ha parecido verla antes; detrás de un armario, creo. -
- ¿Vamos? -
- Vamos. -

Efectivamente allí estaba la puerta, detrás de un pesado armario de madera labrada que nos costó mucho mover. No era muy grande, de una sola hoja y con un pomo dorado en su arista izquierda. Fede lo asió, tiró con fuerza y la puerta se abrió. Lo que vimos hizo que nuestras bocas se quedasen entornadas y nuestros ojos abiertos de par en par. ¡Se había hecho de noche! Mi amigo llevaba reloj y éste marcaba las doce de la mañana, pero se había parado.

- ¿Será posible que no nos hallamos dado cuenta de que se hacía de noche? -
- Vámonos, - dije - nos van a regañar. Ya volveremos mañana. -

Salimos en estampida. Con las prisas no caímos en que dentro de la casa habíamos estado viendo con la luz que entraba por las ventanas. No pensamos en ello.

- Vaya nochecita - dijo mientras corríamos.

Estaba todo muy oscuro y el cielo tenía un color muy extraño, verde o algo así. Por mas que buscábamos no divisábamos el pueblo, ni las luces, ni nada.

Empezábamos a estar asustados. De repente nos encontramos con la valla de nuevo.

- Mira - dijo Fede secándose unas gotitas de sudor debajo de la nariz. Señalaba hacia el caserón, que estaba iluminado por dentro. Parecían escucharse murmullos y algo de música. Del pueblo ni rastro.
-¿Entramos a preguntar? Tal vez alguien quiera acompañarnos a casa; está todo tan oscuro - dije tratando de contener cierto temblor en los labios.
- Está bien, vamos. -

Volvimos a saltar la valla y nos dirigimos a la puerta principal. Un enorme perro negro nos cortó el camino; ladraba estremecedoramente apuntando su hocico hacia nosotros; sus ojos brillaban en la oscuridad como dos antorchas. Nos paramos en seco y comenzamos a gritar. La puerta se abrió y por ella salió una mujer joven y bonita, parecía vestida para una fiesta.

- ¡Quieto Draco! - el perro dejó de ladrar y se situó a su lado. - ¡Hola pequeños! ¿Qué sucede? ¿Os habéis perdido? -
- Si señora; se nos ha hecho de noche y no encontramos el pueblo. Si nos quisiera ayudar, quedaríamos muy agradecidos - dije yo.
- Claro, claro, - dijo la joven -pero primero pasad, esta noche tenemos una fiesta y vosotros seréis nuestros invitados. -
- Es que tenemos mucha prisa, nos están esperando en casa - dijo mi amigo.
- No os preocupéis por eso, es solo un ratito, ya se lo explicaremos a vuestros padres. Pasad, os presentaré a un niño de vuestra edad con el que lo pasaréis estupendamente. -

Fede y yo nos miramos.

- Creo que no vamos a tener más remedio que pasar. Anda que como se enteren de que hemos sido nosotros los del estropicio de la casa…-

Pasamos. Era increíble, todo estaba limpio y en orden. Había mucha luz en el salón a donde nos condujo la joven y tres músicos tocaban sus instrumentos al fondo. Había mucha gente que bailaba y reía, todos vestían elegantemente. Yo miré mis viejos pantalones de pana y me sentí algo avergonzado. Una cosa nos chocó, todos los presentes parecían bastante pálidos, nuestra anfitriona también. Y tenía las manos muy frías cuando tomó las nuestras.

- ¡Señoras, caballeros! Les presento a dos nuevos invitados, vienen de fuera y pasarán un rato con nosotros. -

Un bullicio que parecía de satisfacción ocupó la sala. Todos se acercaban a saludarnos. Fuimos rodeados rápidamente entre gestos de aprobación y entusiasmo. Nos daban la mano y nos besaban. Estaban helados y tan pálidos…

Pronto me di cuenta de que con cada beso y con cada apretón de manos, nosotros también palidecíamos un poco. Me sentí mareado.

-Y este es Carlos - dijo la joven - ¡Carlos! Saluda a estos jovencitos.

Alargué la mano para saludarle. Fede también. La misma exclamación salió de nuestras gargantas.- ¡Vaya! Era el chico del cuadro -; llevaba puesta la misma ropa y le reconocimos a pesar del extraño aspecto que presentaba su cara; estaba pálido y tenía grandes ojeras. Nos retiramos a un rincón para conversar con él.

- Así que te llamas Carlos ¿eh? - dijo Fede dándole palmaditas en la espalda.- ¿Y esta es tu casa? Parece muy bonita, aunque antes estaba bastante sucia.
- ¿Sucia? ¡Ah, si, claro! Verás…creo que nunca debisteis pasar por aquella puerta - fueron sus primeras palabras.
- Pero ¿por qué? – Dije.
- Pasan cosas…- contestó. – Por cierto, no nos han presentado. ¿Cómo os llamáis? –
- Mi amigo se llama Fede y yo…

En ese momento noté que una mano helada me agarraba el brazo y tiraba. Varias manos más se abalanzaron sobre nosotros; parecían muy excitados y tenían los ojos vueltos hacia arriba. Aquello empezaba a disgustarme. Cuanto mas me tocaban, más débil me sentía. Veía como mis brazos y los de Fede iban perdiendo color. Intenté cogerle del brazo y lo sentí frío, yo también debía estarlo. A Carlos le habíamos perdido de vista. Era insoportable. Todos querían tocarnos.

- ¡Larguémonos de aquí¡ - grité a mi amigo - Esto se pone feo. -
- Tenemos que llegar a la puerta como sea - Fede tenía una vocecilla débil y apagada.

A empujones llegamos a la puerta e intentamos abrir. No hubo manera; debían haberla cerrado con llave. Nos agarramos fuertemente el uno al otro; estábamos tiritando de frío y de miedo. De repente apareció Carlos.

- Venid, seguidme. - Le seguimos; nos costó bastante, pero le seguimos.

Subimos al piso superior y entramos en la habitación donde Fede reventó la cama. Estaba intacta. Al lado había una cómoda con varios cajones; Carlos abrió el primero y extrajo un par de llaves.

- Deprisa, a la puerta. -

Los habitantes de aquel lugar continuaban atosigándonos y ya estábamos casi tan pálidos como ellos, aunque algunos parecían haber recuperado algo el color.

Bajamos las escaleras como pudimos y fuimos directos a la puerta. Carlos introdujo la llave mientras nosotros tratábamos de sujetar a los demás. Abrió. Un sol cegador entró en la estancia y nosotros salimos disparados. Nos pareció escuchar una especie de aullido animal detrás de nosotros, pero cuando volvimos la vista atrás no había nada; la puerta estaba abierta y dentro sólo se veía penumbra. Echamos un vistazo al interior. Todo estaba como antes, polvo y porquería en todos los rincones, muebles viejos y deteriorados y ni un alma. El reloj de Fede marcaba las doce y cinco. Cinco minutos. Cerramos y nos marchamos.

- Parece que el miedo nos ha jugado una mala pasada ¿Eh? - dijo Fede camino del pueblo.
- Eso creo, – dije yo – será mejor que no se lo contemos a nadie; nos llamarían cobardicas. -
- O algo peor ¿Tu crees que todo esto habrá sido imaginación nuestra? -
- Seguro - contesté.
- ¿Qué es eso que llevas en la mano? - Preguntó mi amigo

No me había dado cuenta. Miré mi mano izquierda y las vi; eran las llaves que nos ayudaron a escapar de un mal sueño.

- ¡Son las llaves! – Exclamó - ¡No ha sido nuestra imaginación! ¿Te das cuenta? Tenemos que volver y descubrir lo que pasa.
- Mejor otro día – contesté.
- ¡No! Ahora o nunca. ¿O es que tienes miedo? –
- ¿Miedo yo? -

Volvimos sobre nuestros pasos. En un rato estábamos de nuevo frente a la casa; la puerta principal estaba cerrada, como lo habíamos dejado. Metimos la llave más grande, pero nos dimos cuenta de que la cerradura ¡estaba rota! Empujamos y la puerta se abrió sin ningún esfuerzo. Polvo porquería y muebles viejos.

- Vayamos por la otra puerta, – dijo Fede – a la de atrás; esta otra llave tiene que ser de allí y allí es donde empezó TODO -. Dimos la vuelta a la casa; Fede introdujo la llave y dio una vuelta. La puerta se abrió de golpe y se oyó un griterío enorme, otra vez el aullido. Una multitud de manos agarró lo que tenía mas cerca, el brazo de mi amigo. Yo salté hacia atrás y pude ver como Fede era introducido en aquel lugar. La puerta volvió a cerrarse.

Salí disparado hacia el pueblo. Tenía la boca seca y casi no podía gritar, pero lo hacía con todas mis fuerzas y de mi garganta no salía más que un extraño rugido.

Cuando llegué a mi casa conté como pude lo sucedido, omitiendo algunos detalles para que no me llamaran mentiroso. Lo mismo hice en casa de la abuela de Fede. Lo principal era que mi amigo se había perdido y había que buscarle.

Partimos en seguida; yo conducía a los mayores, que se preguntaban “que andaríamos enredando nosotros en aquel lugar”. Entramos por la puerta principal. Todo estaba como siempre; recorrimos todas las habitaciones y ni rastro de mi amigo. Salimos fuera y le llamamos a voces. Nada.

Por fin, decidí contar todo lo que nos había ocurrido por si servía de algo, pero no sirvió. No me creyeron ni una palabra y se marcharon para pedir ayuda y organizar una batida por el monte.

* * *

A mi me dejaron sólo en la casa; estuve recorriéndola un rato hasta que decidí marcharme. Al llegar al pasillo miré el cuadro; algo había cambiado en él. Junto al muchacho vestido a la antigua, estaba otro, bastante parecido a Fede y con su misma ropa. Parecía sonreír. Entonces me di cuenta de que no volvería a ver a mi amigo.

 

Fer