Oh tú, mi amor, la de subidos senos |
Pensando en ti Hay veces en las que no sabes qué título ponerle a un relato. A decir verdad es lo que menos importa. Relatos publicados. Otros sin publicar. ¿Y qué?. Lo importante no es publicar; es vivir. Y yo, os puedo asegurar que he vivido. Y tuve lo mejor. Ella era todo lo que siempre soñé y deseé. Sus ojos... sus ojos eran aventureros, soñadores, morbosos, sensuales. Nunca he visto otros iguales. Sus manos siempre estaban llenas de amor para mí. ¡Qué manos, qué caricias!... ¡Su boca!. Sensual, húmeda, sabrosa, dulce, salada, simplemente, su boca. Lo mejor que he saboreado en mi vida y lo que añoro y añoraré mientas viva. Ella fue agua para calmar mi sed, aire a mis pulmones, y un sorbo de libertad y lujuria desenfrenada. La quise más que a nada en este mundo y la sigo queriendo, si cabe, tal vez más. Sus manos acariciaban las mías y recorrían mi cuerpo buscando mi sexo como yo desesperadamente el suyo. Tan sedoso, oscuro, poblado y húmedo como apetecible. Yo acariciaba su sexo mientras sus ojos se cerraban en un éxtasis de lujuria y desenfreno. Fueron tiempos en los que el amor lo inundaba todo. Recuerdo acariciar, besar y adorar sus maravillosos pechos. No los hay mejores. Nunca podré olvidar sus manos ni esos dedos que acariciaban mis labios tras besarnos. Yo los adoraba sin medida, como a ella que fue mi vida, mi ilusión, mi pasión y posteriormente mi muerte. Ella decidió el principio y también el final de nuestra relación. Decidía cuándo y dónde nos podíamos ver y a mí nunca me importó. Lo único que siempre necesité, y aún necesito, es verla. Es lo que realmente deseo. Nunca he podido entender de dónde se sacan las fuerzas para no ver a la persona que se ama, que se desea. Tal vez sea que ya has dejado de desearme, incluso de quererme. Sentiste tener que dejar de verme, lo sé. Yo nunca hubiera podido tomar la decisión de no verte, ya que es lo que más deseo. No te sientas culpable de mi dolor. La vida es así y me diste más de lo que nunca hubiera podido imaginar. Incluso en un futuro querías casarte conmigo. Es curioso cómo, cuando te conocí, hubiera dado media vida por un beso tuyo, y ahora tras haber compartido muchas más cosas, después de verte enamorada de mí, de notar tu corazón acelerado y nervioso como el mío al vernos, de haber escuchado las más hermosas palabras de amor salidas de tu boca, y de tantas y tantas maravillosas vivencias juntos, me sienta solo y te necesite más que nunca. He vuelto a los lugares donde fuimos felices. He entrado en los mismos locales donde juntos consumíamos alcohol entre besos y caricias. Lo he hecho para calmar mi dolor y he visto que ha sido peor. Tú llevarás tu vida e imagino que serás feliz. Si es así me alegro por ti. Sabes que nunca soporté el verte sufrir. Te quiero demasiado. Tuvimos nuestro momento y tal vez no supimos aprovecharlo o no nos dejaron vivirlo como realmente deseábamos. ¡Fue tan maravilloso, tan real!. Ahora vivo en Tabarca. Es una pequeña isla que siempre calmó a mi alma atormentada. Alquilé un estudio y me vine solo al lugar en el que un día quise venir contigo. Paso el tiempo paseando, contemplando el mar, recordándote y leyendo. Me gusta mirar a las gaviotas. Algo imposible en el Madrid donde vivimos nuestro amor. Tabarca está sola y rodeada por el mar Mediterráneo. Los inviernos son tristes. Algunas noches invernales el mar golpea fuertemente contra la isla y las olas rompen rabiosas, acompañándome en el dolor de no tenerte. Noches en las que cargado de alcohol deseo que todo acabe. Que Poseidón me acoja entre sus brazos y me haga desaparecer en las profundidades para siempre. Luego, al día siguiente, tras la tempestad viene la calma. Yo sigo soñando. Nunca he dejado de hacerlo. Para conseguir los sueños hay que creer en ellos y quererlos con toda el alma. El buen amor es como el buen vino: gana con el tiempo. Yo creo en ti, puedo esperar y sigues siendo lo que más quiero. Mientras no dejes de soñar tenemos futuro. No olvides que el mañana es nuestro y el mar, nuestro querido mar, nos está esperando.
Madrid, octubre de 2003 Fernando José Baró |