Reflejo distorsionado

Hoy he cedido a mi deseo y he comprado el vestido rojo. No he querido probárrmelo, ¡para qué¡. La dependienta (una chica joven y moderna), me ha dicho: "Tiene la figura ideal para el vestido que se lleva, estará usted con él fenomenal". He sonreído feliz, en su mirada había sinceridad.

Salgo de la tienda acelerada; deseo llegar a mi casa y mostrarme ante él con mi vestido nuevo, pues esta tarde, estoy segura, tendrá que admitir que estoy verdaderamente atractiva, (me lo ha dicho la dependienta).

Sí, se quitará la careta y será sincero, porque yo sé que se burla de mí de pura envidia; es un resentido y con malas intenciones. Ahora, que de hoy no pasa, estoy decidida a mostrarle cara y no aguantarle más sus humillaciones y burlas... esa frialdad inamovible que muestra cuando yo feliz y contenta le pregunto: ¿Te gusto, me quedan bien los pantalones? Y él calla, pero yo advierto su aspecto burlón y desdeñoso. Es despreciable y mezquino, ¡lo odio!

Recuerdo que los primeros años todo eran halagos para mí; veía en él orgullo y complacencia. Fueron tiempos felices y seguros, no como ahora, que estoy nerviosa e insegura, llena de ansiedades que hace que todo lo que me ponga me lo quite con rabia y mal humor. Amargada, desesperada porque a él no le gusto y para colmo, se burla el muy canalla; me ve gorda deformada y marchita, no me lo dice pero lo veo ¡Ah!, de esta tarde no pasa; si vuelve a mostrar desagrado, lo quito de mi vista, lo echo de mi casa (que es mía), pero no lo echaré por las buenas, no, me desquitaré de todos sus insultos y le daré tan fuerte que saldrá hecho añicos.

Luego llamaré a mi madre y le diré qué ha sido de su regalo, porque fue ella quien me lo llevó diciéndome: "Nena este espejo te quedará monísimo en tu salón".

Antonia Ramírez.

Con la colaboración de la Universidad Popular de Alcorcón