Si no te hubiera conocido ayer

A todos los aparecidos y a los que aún tienen que hacerlo.

Música: "Eres mi religión" de Maná. De su disco “Revolución de amor”

 

Yo ayer iba por la calle. Yo ayer caminaba sin expectación por la rutina. Ayer en la calle no lucía el sol para mí. Yo ayer me enamoré.

No sabía qué hacer y salí a la calle. Pero con ello no me refiero a que no tenía nada que hacer por la mañana, sino a que no tenía ni idea qué iba yo a hacer en la vida, conmigo, con mis estudios, con mi personalidad, con mi look, con el melón que guardaba en el frigorífico del cual sólo había comido una raja, con mi ropa esperando en la lavadora, con mi cactus, con el libro que me estaba leyendo… en fin, había tantas cosas en las que pensar, que cada dos minutos se me venía una a la cabeza y no sabía cómo organizarla dentro de mí. Así que lo decidí y salí a la calle. Ni siquiera cogí el móvil, porque pensé, ¿quién iba a tener la intención de llamarme? Y una vez allí en la calle me vi peor de lo que había estado en mi casa minutos antes. La vecina del quinto ni siquiera me saludó al yo salir antes de ella entrar por el portal.

Esta no es mi historia. Me refiero a que esta no es la historia de alguien que sale a la calle un buen día y se enamora inmediatamente del primer tío bueno que pasa a su lado. ¡Qué va! Ni es la historia de una persona muy muy bella a la que le gustaban mucho los helados de fresa. Ni siquiera es la historia de amor más bonita que hayas leído en la vida. Es otra historia.

Pues eso, que iba yo corriendo por la calle, porque por si no lo he dicho ya, a mi me encanta correr y ello me ayuda mucho cuando tengo mucho barullo en la cabeza, y de repente vi cómo un señor mayor se inclinaba para recoger una gran mierda que su perro acababa de plantar en mitad de la calle, y de repente yo me hice la siguiente pregunta: “cuando un ciego sale a pasear a la calle a su perro y éste deja sus excrementos en ella, ¿cómo las recoge si no ve?” Me pareció una pregunta súper curiosa, a la que desafortunadamente no encontré respuesta, ni coherente ni imaginaria. Y por ese motivo tuve que seguir mi carrera sin ningún propósito.

Total, que cuando llegué a mi casa después de mi larga carrera por el parque, me encontré con que no tenía apenas nada que hacerme de comer y tuve que llamar a una amiga para que me hiciera un hueco en su casa, así de improviso. Bueno, la verdad es que a ella no le importó porque ella siempre me acoge en su casa de buena gana y me dice lo buena persona que soy. Cuando terminamos de comer, ella se tenía que ir corriendo a trabajar, así que la acompañé hasta el metro y en cuanto la dejé de ver, me senté en el primer banco que encontré libre y me puse a cantar. Sí, así como lo lees. ¡Pues no gané yo dinero aquella tarde allí, ni nada! Ya ves, me dio para cenar en un MacDonald, así que ¡imagínate!
Y cuando llegué por segunda vez a mi casa aquel día de Julio, me puse el pijama y encendí el aspirador porque es que ¡tenía el piso hecho una mierda!

A la mañana siguiente, mi vida, como habrás podido imaginar, no había cambiado para nada y todavía me deprimí más. Desayuné mis cereales preferidos, los que mi mamá siempre me compraba especialmente para mí, aquellos recubiertos de chocolate y que a mí cada mañana me sabían a gloria. Pero la cuestión no era esa. La cuestión era que yo seguía con un gran enfado. Y es que veía que todo el mundo a mi alrededor estaba ocupado en algo, con alguien o intentando conseguirlo. Pero como yo no sabía ni lo que quería, no podía ir a por ello, y pensar eso me ponía de mal humor. Te voy a explicar la sensación, te lo digo porque puede que tú nunca lo hayas experimentado, puede que nunca te hayas preocupado tanto por ti que te estalla la cabeza o puede que nunca te hayas sentido perdido o perdida en la vida, ¿puede? Bueno, el caso es que la sensación que ahora mismo estoy sintiendo yo es como ser una gran ficha de ajedrez, en este caso, un peón, que no sabe jugar al ajedrez. Eso, eso mismo me pasaba a mí todos los días cuando abría los ojos en la cama por la mañana y me daba cuenta de lo que pasaba y tomaba conciencia en este caso de todo lo que a mi no me pasaba.

Tengo que decir que yo nunca he estado en un psicólogo. Y fíjate que no te estoy diciendo que no lo haya necesitado. Lo que pasa es que yo, al estar estudiando la carrera de psicología, yo me dije que nunca pisaría un lugar de esos, por si las moscas, porque yo sé, y te puedo decir, que un psicólogo puede llegar a saber tanto de tu vida que da miedo, en serio te lo digo. Y por esa razón, y aunque pueda necesitarlo, no voy a ir a un psicólogo, pero, ¿lo necesito?

Yo siempre veo o noto, mejor dicho, la puerta abierta. Creo que es algo así como decir que ves el vaso medio lleno o medio vacío, dependiendo del humor que tengas ese día, pero lo que yo no sé es si mi expresión quiere decir que tengo el estado positivo o negativo, ¿tú qué piensas?

Bueno, yo sigo con lo mío. La vida sólo tiene el sentido que tú la quieras dar o la que ella te da a ti. Y eso era justo lo que yo pensaba que me faltaba. Yo seguía allí, esperando algo, que no sabía qué forma iba a tener, si vendría en forma de regalo sorpresa con un gran lazo azul, o sería un puesto de trabajo en una gran multinacional en la que se trabajara tanto que los empleados tuvieran que recibir atención psicológica, la mía. ¿O sería una gran cita con mi actor favorito a la luz de dos velas en una terraza de Italia con vistas a una floristería que estuviera abierta a las once de la noche y así parecería que el mundo estaba adornado con sus flores? Te lo digo en serio, si mi vida fuese una película, no terminaría nunca de grabarla, pues mi imaginación es tan avispada que me inventaría mil y cientos escenarios donde grabar la próxima de escena de mi vida.

A la mañana siguiente de mi gran elucubración, es decir, el párrafo sobre mí que acabas de leer, volví a la calle, esta vez ya sin ninguna esperanza de encontrar nada en ella. Pero ¿dónde podría estar? Estaba ciego o ¿qué? Todo me daba vueltas a mi alrededor pero no encontraba las señales adecuadas, o sea, las hechas para mí. ¡Ah sí!, es que esa es otra cosa; las señales. Pienso que es divertido creer aunque sólo sea un poquito en ellas, pero también creo que están cuantificadas en un número muy ilimitado y sólo las vemos la gente joven en general, y muy pocas personas mayores que al no tener nada que hacer, las recuerdan. ¿Qué qué son las señales? Pues son esos gestos, esas palabras, ese olor, ese momento, ¡yo qué sé! Son pequeños avisos que nos son dados de manera aleatoria pero con un destino único que somos cada uno de nosotros. La próxima vez que salgas a la calle, acuérdate y las verás por todas partes. La próxima vez que veas belleza en una mirada, la próxima vez que los pelos se te pongan de punta por un comentario o la próxima vez que veas la sonrisa de un niño. Esas son las señales más abundantes, las que puedes comentar. Pero luego están las demás, las que tú mismo verás, pero nadie más entenderá.

De verdad, el tercer día que salí a la calle, desde que has empezado a leer esto, estaba muy triste. Quiero que me entiendas, porque sino, nada de lo que a partir de ahora te voy a contar va a tener sentido. Intenta verme por la calle, figúrame, andando, tropezando con los trozos de mi vida muertos, con las señales para otros. Suelo vestir oscuro, así que ya lo tienes más fácil. Iba, como ya te he comentado antes, muy triste, sintiéndome una persona desgraciada, sin rumbo, siendo joven y sin saber qué camino elegir, sin nada, sin nadie… me sentía tan diferente que por momentos deseé ser un poquito normal, con muchísimos amigos, con muchísimas risas, con muchísima compañía. Pero en la realidad, yo me daba cuenta de lo pobre que resultaba ya desde hacía varios años.
En fin, no te quiero aturdir más. Espero que me hayas visto bien, porque mañana me voy a cruzar contigo por la calle, y quién sabe, a lo mejor te hago una señal, porque lo que a mi me ocurrió, no tiene palabras, ni razones, ni conquistas… porque ayer, cuando yo iba caminando por la calle, me choqué sin poderlo evitar con alguien y con mucho aplomo me disculpé y vi la señal más grande de mi vida.

¿Y si ahora te dijera que todo lo que te he contado era mentira? ¿Que nunca estuve corriendo en el parque durante una hora, que nunca me hice la pregunta sobre la caquita de perro del ciego, que nunca me presenté de improvisto a comer a casa de mi amiga, que no llegué a cantar al lado del metro y que aquella noche no cené en un MacDonald, ni pasé la aspiradora, ni que tampoco a la mañana siguiente desayuné los mismos cereales chocolateados que mi madre me compraba desde que tenía cinco años, que nunca me enfadé porque no estaba ocupándome de nada, que no estudio Psicología, que eso de ver la puerta abierta es una gran tontería que me he inventado, que la vida no tiene el sentido metido en una caja de regalo bordeada con un gran lazo azul, ni que ninguna empresa me contrataría para atender los problemas psicológicos de sus empleados, que no desearía una cena en Italia con mi actor favorito, que mi imaginación no es tan traviesa como yo te he quiero mostrar, y que nunca elucubré sobre ello, que no creo ni he oído hablar nunca de las señales y por lo tanto la sonrisa de un niño nunca te dará la felicidad y que nunca caminé triste por la calle que tú recorrerás mañana?

Por cierto, por si todavía no te lo he dicho, me llamo Manuel. Y yo ayer conocí a Mario.

¿Y si no le hubiera conocido ayer?

 

Titania