Travesía de vida o muerte

 

La negra noche envuelve ya del todo la playa. En silencio, como si de un grupo de ánimas se tratase, pequeñas figuras que apenas vislumbro van levantándose, cogiendo cada uno de ellos su pequeño hatillo de escasas pertenencias. También me levanto yo, que, aunque no veo la embarcación, supongo que ya está en la orilla. Recojo a mi bebé, al que levanto de su improvisada cuna hecha de las pocas ropas que llevo y le cojo en brazos. Ya veo la barca, bueno, por llamar de alguna manera a ese amasijo de tablas medio podridas, gomas no se sabe sacadas de dónde y un motor medio oxidado. Con un leve parpadeo de linterna nos indican que subamos a bordo. En ese momento mis piernas flaquean y me invade el miedo; mientras tiemblo y dudo sigo andando, como si mis piernas y mi cabeza fueran por dos derroteros diferentes… En fin, he de subir, ya he llegado hasta aquí y ahora no puedo y no debo echarme atrás. Delante de mí ha subido un grupo de personas, a las que apenas he visto en la playa y, casi sin terminar de subir, hacinándonos como podemos en la barquita, nos adentramos en el mar. Mis ojos van acostumbrándose poco a poco a la oscuridad al principio total y absoluta. Un frío húmedo me atraviesa el cuerpo como si de un montón de alfileres se tratara y arrebujo a mi hijo con más fuerza contra mi pecho. El duerme, afortunadamente, mis pechos, casi vacíos, casi secos, parecce que me han hecho un favor y le han dado un poquito de leche, a ver si con eso llegamos a tierra. Aprovechando que mi hijo duerme tranquilo y con el silencio que invade la embarcación, empiezo a reflexionar y a enfrentarme a las dudas. Cada vez que el miedo me atenaza me abrazo más fuerte a él, como si de mi hijo pudiese sacar las fuerzas que a mí me faltan… Van pasando las horas; el frío me atenaza el cuerpoo y parece traspasarme, mis dientes castañetean sin control y las lágrimas invaden mis ojos… A lo largo de esas pesadas e interminables horas he pensado de todo. ¿Habré hecho bien saliendo de mi aldea y embarcándome en un viaje que puede ser mortal? Si morimos se habrá acabado todo: la esperanza de una vida mejor y, sobre todo, habré condenado a morir a mi hijo. Pero, ¿y si llegamos a la costa? Habré salvado a mi hijo de una vida condenada al hambre y a su muerte prematura, o a su vida sin esperanza, sin futuro… Punzadas como calambres recorren mi estómago. ¿Y si después de esta travesía nos devuelven otra vez? Esta vez los calambres me hacen casi vomitar. Las lágrimas se deslizan por mi cara y caen mansamente en el rostro de mi hijo. He de controlar el miedo o no sé qué va a pasar… Ya está hecho, la decisión ya está tomada. El viaje prosigue y el silencio está siendo roto por las primeras conversaciones en voz baja del resto de mis compañeros de viaje. Ahora que el miedo me lo permite miro alrededor y me fijo en ellos. Son tan jóvenes… De tan diversos sitios… Veo en ellos a mi hijo cuando sea mayor … huyendo solo, haciendo esta travesía solo…. Y yo esperando al otro lado del mar, desesperándome, sufriendo, esperando noticias… No, hijo, tú no; tu madre te está llevando, iniciaremos una vida mejor, una nueva vida o ninguna, pero juntos… A lo lejos las luces de una linterna nos indican que estamos llegando. Abres los ojos y te levanto un poquito; en tus ojos se reflejan las luces de la playa… Estamos llegando, hijo, estamos empezando.

 

Primer accésit en el certamen de la asociación Amaka