Un buen día

Me levanté como una mañana más, asqueado de vivir o más bien de la vida que llevaba. Tras ducharme con agua casi hirviendo, me vestí y fui como de costumbre al bar del tío Collonet y pedí mi desayuno. Ya no hace falta decir más, pues siempre consiste en un café con leche, bien caliente, y una copa de anís Castellana con un solo hielo. Me gusta sentir el amargo sabor de dicho anís. Tan amargo como resulta el vivir sin ti. Amarga mi boca y quema mi garganta por momentos, recordándome que estás lejos.

Me acerqué a ver el mar como cada mañana. Siempre la inmensidad del mar causó en mi alma un sentimiento casi divino y a raíz de conocerte y a pesar de nunca haberlo compartido juntos, sabiendo de tu pasión marina, es lo que más me acerca a ti, a pesar de tu ausencia. En este mes de noviembre las olas rompen en Tabarca, rabiosas, con fuerza. Se unen al dolor que siento de no saber de ti. De no tenerte.

Estuve cogiendo algunas conchas con las que hago recuerdos de la isla siguiendo la estela que mi madre con sus manos, silicona y mucha imaginación dejó en la fabricación de bellas figuras que regalaba a sus hijos y tenía en casa rememorando la moda seguida a principios del siglo XX de utilizar conchas marinas para decoración. No tengo la facilidad de mi madre para las manualidades, pero me sirve para sacar un dinero extra en verano cuando la isla se llena de turistas. Ingresos que siempre vienen bien para aumentar la ínfima pensión que me quedó tras cuarenta años de cotización.

Llegué a casa y, como siempre, pensando en ti, cosa que nunca he dejado de hacer, fui clasificando las conchas para posteriormente trabajar con ellas. En verano, cuando hay más público en la isla, mis ingresos aumentan gracias a las manualidades mencionadas y los relatos y poemas que vendo. En mis hojas escritas siempre estas tú. En prosa o en verso. Unas veces las historias se desarrollan en Madrid, donde vivimos nuestro amor. Otras en cualquier pueblo de la geografía ibérica, en el mar o en mi mente soñadora, que es donde, mientras viva, seguirás, quieras o no estando.

Hay quien dice que si sigo desayunando café y copa y bebiendo alcohol en exceso, como hago habitualmente, no viviré mucho. Pero sin ti no sé vivir de otra manera. Además, a media mañana, almuerzo bien para aguantar hasta el mediodía. Hoy, como un día más, estaba friéndome unos huevos con chorizo para almorzar, con pan y un vaso de vino (otras veces lo hago con cerveza) cuando sonó el teléfono. Al cogerlo, supe que eras tú.

Me quedé sorprendido. Casi sin palabras. No me lo esperaba, ya que hace tiempo que no escucho tu maravillosa voz y te puedo asegurar que mi corazón, que es el tuyo, se salía de su caja. Estuve nervioso al principio, pero al poco de escucharte volví a ser el de antes. Me dijiste que la única forma de poder olvidarme fue dejar de verme, de escucharme... Querías justificar tu aptitud, explicándome que siempre que no puedes sobrellevar algo te vas. Te escapas casi sin decir adiós, pero, no es que no me quieras... No te dejé continuar. Sé de sobra como eres y, lo más importante, que me sigues queriendo. A tu manera, a tu forma, pero me quieres. Eso es lo que importa. Te pregunté si estabas bien y tu respuesta fue afirmativa. Querías saber cómo me encontraba yo y, aunque quise hacerlo, no pude mentirte. Te escuché acongojada y llorosa cuando supiste que al no tenerte me encontraba mal. Muy mal. Intenté romper la tensa situación, ya que nunca he soportado verte sufrir. Te quiero demasiado.

Acabamos entre risas y, como siempre, te dejé una puerta abierta para compartir la vida juntos en un futuro. Tú seguías sorprendida de mi cariño hacia ti a pesar del tiempo. Sigues mi amor sin saber realmente cuánto vales. Nos despedimos inundados de amor, de energía positiva y tú, mi musa, mi gran amor, llamándome cariño.

Ha sido el mejor regalo que he tenido últimamente. En Tabarca me vieron alegré no solo el resto del día si no varios días más. Me fui a ver el mar y te puedo asegurar que era más azul, que olía mejor y que sus olas ya no rompían rabiosas, si no más bien eran cantos de sirenas anunciando una vida futura junto a ti. Tras años sin saber de ti había perdido la esperanza, pero sé que no estoy equivocado y que el futuro es nuestro. Que acabaremos juntos porque para ello nacimos. Ahora paseo por mi isla rebosante de alegría. Ya no soy el viejo amargado que todos conocieron. Visto de claro y voy erguido, esperanzado y sonriente, paseando con mi bastón por las calles, o me siento a mirar el mar. Espero una llamada de teléfono tuya o el barco que desde Alicante, Santa Pola o Guardamar del Segura, te traiga para quedarte conmigo para siempre y compartir tanto amor como sé que nos tenemos.

Madrid, noviembre de 2003  

Fernando José Baró