Volver a casa

Amante, el que ama. Amantes, hombre y mujer que se aman. Qué palabra más bonita y qué mal entendida. Siempre que se habla de amantes se tiende a pensar que tienen relaciones amorosas ilícitas. Pero yo me pregunto si es ilícito amarse, sin medida, sin ataduras...

Ya va entrando la luz por la ventana. Está amaneciendo, alguien en la lejanía tiene puesta la radio. Suena una melancólica canción, “noches de bohemia”. Tampoco yo entiendo como tú te olvidaste de tanto amor como compartimos. La habitación en la que me encuentro tiene blancas paredes, desnudas de detalles y una ventana al exterior con una gruesa reja. Dicen que para evitar que nos tiremos. Yo creo que para evitar que nos escapemos. Escapar sí, pero a dónde. A estas alturas creo que no tengo a dónde ir.

Muchas veces me pregunto qué hago aquí. A pesar del diagnóstico de los médicos, yo no estoy loco. Me gusta soñar, eso sí. No creo que soñar sea un delito. Todo el mundo sueña, ¿o no?.

- Ángel. ¿Qué haces aún en la cama?. Vamos, levántate y a la ducha, o te quedas sin desayunar.

Esta chica se piensa que somos niños, ¡como si me importara o no desayunar!. Leche con galletas, sin café. Tan solo los fines de semana descafeinado. Dicen que así no nos ponemos nerviosos.

Y ahora a pasar la mañana en el jardín. Ya me conozco casi todos los árboles. En algo hay que emplear el tiempo. Y hablar ¿con quién?. Si aquí, menos yo, están todos locos. La gente que nos cuida prefieren hablar entre ellos, y cuando lo hacen con nosotros nos tratan como a niños o como a locos.

El olivo, uno de mis árboles preferidos. Lo conozco desde mi niñez. No a este, claro. “De los árboles frutales el olivo es el mejor, nos da aceite, nos da leña, y alumbra a Nuestro Señor”. Este dicho popular me lo enseñó Gregorio, labrador de la Alcarria conquense, de quien aprendí mucho en tareas de campo y de labor. Un buen amigo. El pruno, con sus hojas rojizas, muy bello al ser distinto al resto. Cuando florece sus flores blancas no tienen nada que envidiar a los hermosos almendros. También tenemos un álamo, una encina y una palmera alta y estilizada como una bella diosa, exótica y sensual. La parra da más sombra que uvas. La uva es negra, parecida a la que mis padres tenían en el patio de la casa de campo. Los arbustos los conozco menos. Éste sí lo conozco bien, es una buganvilla trepadora. Aquello son lilas. A Yolanda le gustaban mucho las lilas. En la terraza de casa teníamos lilas plantadas en una gran maceta de mármol blanco.

- Ángel ¿Qué tal estás hoy?.

- Bien.

- Sabes que esta tarde hablaremos contigo y, dependiendo de cómo estés, te mandamos o no a casa. Porque... quieres volver a casa, ¿verdad?.

- Sí, claro.

Volver a casa, ¡a qué casa!. Si no me dejan salir ¿cómo voy a volver a casa?. Nos llaman por los altavoces para comer. A ver qué nos dan hoy. Lentejas con chorizo, filete rebozado de pollo y un plátano. Y la puñetera jarra de agua. Claro que quiero volver a casa. Al menos comeré con vino. Dicen que tampoco es bueno. Estoy seguro de que ellos sí comen con vino, o con cerveza. Eso, eso, cerveza. Ahora mismo me tomaba una cerveza bien fría.

- ¿Qué pasa que no comes, Ángel,? ¿Es que no te gusta la comida de hoy?.

- Lo que no me gusta para comer es el puñetero agua. ¡Quiero una cerveza bien fría!

- Ángel, tranquilízate y come.

- He dicho que quiero una cerveza y si no vino. ¡Un vaso de vino!.

- ¿Quieres que llame a los celadores y te pongan medicación?. ¿Es eso lo que quieres?

- No, medicación no. Agua, quiero agua.

No quiero medicación, que se la tomen ellos. Y todo por pedir una cerveza. No creo que tenga nada de malo tomarse una cerveza. Y ahora la siesta. Obligatoria. Para relajarnos y descansar. ¿Descansar de qué?. De no hacer nada nadie se cansa. Relajado, más relajado estaría si me hubiera tomado una cerveza bien fría. A punto de congelación. Eso es, una cerveza a punto de congelación.

- ¡Marchando una cerveza a punto de congelación!

- Ángel o te callas y te duermes o llamo a los celadores.

- Ya estoy callado.

Siempre la misma amenaza: los celadores y la medicación. Que se la tomen ellos.

Soy mucho más listo que ellos. Cierro los ojos y se creen que duermo.

Los engaño cuando quiero.

- Ángel, vamos al despacho, a ver cómo estás.

- Siéntate. Ya conoces al doctor Terrón. Te va a hacer unas preguntas.

- ¿Cómo te encuentras?

- Bien, estoy bien.

- ¿Qué ha pasado en la comida? Cuéntame.

- Nada, nada. Que he pedido una cerveza.

- Sabes que no puedes tomar alcohol ¿no?.

- Sí. Lo siento. No volverá a ocurrir.

- Cuéntanos algo, lo que quieras.

- ¿Le parece bonito el azabache?

- Sí, pero ¿a qué viene esto?

- Yo indago en el significado de las palabras, con las que formamos frases. El azabache se emplea como adorno de collares, pendientes, para hacer esculturas. Es bello ¿no?.

- Sí, es un bonito color ¿y qué?.

- Es negro ¿no?.

- Continúa, Ángel.

- Si vamos al diccionario y buscamos negro, nos dice que es de color totalmente oscuro, como el carbón, y en realidad falto de todo color. Esto último es falso. El negro tiene distintas tonalidades. ¿Ha intentado alguna vez vestir todo de negro? . Una camiseta y unos pantalones. Nunca es la misma tonalidad. Y esa frase hecha de “eres la oveja negra”, despectivo ¿por qué?. ¿A usted no le gusta una bella mujer vestida de negro, no le gusta la ropa interior negra...?

- Ángel, así no vamos a ningún sitio. Tienes que estar más tranquilo. No te podemos mandar a casa en estas condiciones. Habrá que aumentarle la medicación. Bueno, puedes volver al pabellón.

Soy más listo que ellos. Los he engañado. Volver a casa, ¿para qué?. ¡Y a qué casa!. Lo siento por la cerveza. Amantes, los que se aman... A mí me sigue gustando una mujer vestida de negro. Sigo sin entender eso de falto de todo color. ¡Una cerveza bien fría! ¡A punto de congelación!

 

Madrid, agosto de 2002

Fernando José Baró