El otoño

Lloraba el viejo olmo en la montaña
dejando resbalar sus lágrimas,
lágrimas secas y sangrientas
por su tronco agrietado y polvoriento.

Y a sus pies yacía ya un mar
de rojizo color caluroso,
que mantenían sus raíces despiertas
y hacían fuerte y valeroso a su tronco.

Y aunque sus ramas quedaran desnudas
y helara a su piel madura
el frío viento del Norte,
no lloraba de frío ni hambre
lloraba el olmo de soledad

Juan José Salvador Román