Querida mi compañera

Bienvenida a la impenetrable hipocresía penitente de mi vida, me gustaría poder invitarte al trago de mis besos pero ya bebiste y cual trago amargo bramaste de mí.

Son tantos los momentos soñados que parecen tierra al mar, néctar de tus manos de uva, claras de cristal, terciadas de cuentos. Adelante no mires más, esto que miras nublado soy yo, oscuro al tizón, dañino de esencia pura, afilado entre comas, parece que me convertí en pensamiento de una cuadrícula, un pasajero mas de esta habitación, si, eso parece… el consuelo de mis manos se vertió en mis lamentables historias, quisiera poder pedir perdón pero sé que es un lujo que no se merece mi boca.

Si cierro los ojos imagino que te acercas leve, de silencio, de puntillas, me abrazas, y me susurras, compañero ¿paseamos como ayer? Pero una vez mas el cardo inacabado de mi boca se descara y muestra su llanto, una vez más, sólo una vez más, reconocería la fatiga de tu voz al pedirme la paz de mis ojos, pero sé que es tarde para el látigo de mi sudor, ya agotados mis lamentos sólo me quedo de miedos impunes de perdón, y ahora… que me queda sin tus abrazos, largos de abril, pintados de carmesí, que va a ser de mi… cerrado en tus caricias, tu mirada, tus sonrisas de caramelo, tus manos de algodón, cerrado de allí de aquí, por ti. Cuantas son las noches que soñé que me mirabas, que hablaba con tu cabello desbocado de flores, te recuerdo cuando la estrella robaba las horas entre tu cuerpo y el mío, tu cuerpo… frágil de mi sexo, blando de sostenidas caricias, eterno de mi sed, que distancia de mi sudor al desaliento, que lindo amarte entre suspiros, que trato de amor entre latidos. No me juzgues por no saber amarte sin reparo, sin pensamiento, sin manos.

Sin mirarte la herida. En tardes como tantos días en las noches, derrame tantas mentiras sobre mi plato vacío. Inseguro de haberte perdido. Ya no pienso, ya no digo, ya te has ido. Quisiera plantarme en este camino, arraigar cada paso a tu lado, escribirte que aun te miro. Quisiera morir de amor para mirarte eternamente, cubrir tu lecho deshojando margaritas. Quisiera pasear desnudo, descuidado de perderme, quisiera mirarte en los ojos de nuestra lucia.

Y ayer las compañeras de mis manos traicionaron tu pecho. Que el viento sombrío del norte guarde la ceniza, cuide la flor de tormenta y frío. Que quisiera decirte que carcelario hago de mí, y ahora cerraré mis puertas para pintar tus sueños cuando hayas dormido.

Diego Jiménez