Hay diez mil voces clamando en el desierto
y seis chacales con mordidas de luna,
porque el hombre de la multitud se obstina
en frotar las esferas de los relojes.
Ven conmigo a estas luces sin sociego
que reptan por los filos de las ventanas;
ven, amor mío, a buscar el equilibrio
que perdimos debajo de las sábanas.
Hay veinte mil yeguas mirando el océano
con ojos vidriosos y llenos de alba
esperando el unicornio amarillo
que las salpicará con su crin de agua.
Cuánto sabe el mar, cuánto miente, amor:
vámonos lejos, sí, tierra adentro, donde
nos aguardan los niños que abandonamos
y podremos llevar, libres, nuestros sueños.
Hay sendas con arcos entretejidos
por los rayos de plata de la esperanza,
y no quiero irme solo bajo su luz
con los once mil rostros de las ausencias.
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